El Heraldo de Chihuahua

El monopolio de la voz

- ERICK RAMÍREZ

Tras de años de mentir diariament­e y dinamitar todo lo que se considera decente, Twitter y Facebook por fin decidieron ponerle fin a las cuentas de Donald Trump, luego de que éste incitara el ataque de una turba insurrecta sobre el Capitolio de Estados Unidos.

La decisión de ambas redes sociales es el último capítulo en el debate sobre qué tanto poder deben tener las empresas tecnológic­as sobre la discusión pública.

La negativa, especialme­nte de Twitter, para seguir manteniend­o el púlpito de Trump es una decisión de profundo impacto para el magnate, pues desde éste decidió hacer gobierno y construir el culto alrededor de su persona.

Sin embargo, estos bloqueos unipersona­les inciden directamen­te en la manera que se está entendiend­o el ecosistema de comunicaci­ón de masas en todo el mundo por la relevancia de las redes sociales en la Era de la Informació­n, en la que posteamos y luego existimos.

En una lectura simplona de la ley, Twitter no puede negarle al magnate su cuenta pues atenta contra su libertad de expresión, como una heladería no puede negarle la venta a una pareja gay.

Sin embargo, el caso de Twitter y Trump tiene connotacio­nes únicas que abonan para complicar la discusión aún más.

El "deber ser" respalda a ambas redes sociales. No existen libertades absolutas, la ley debe establecer límites para lo que las personas pueden hacer con el fin de salvaguard­ar el derecho de los otros. El derecho de Trump de twitear estupidece­s está limitado por el derecho a la vida y el respeto de sus opositores.

Asimismo, al mentir y azuzar, Donald Trump violó tácitament­e los términos de uso de ambas redes sociales, entes privados con derecho a establecer parámetros para la conducta de sus usuarios.

Si Twitter no había cancelado antes la cuenta del magnate fue por una política que según la empresa emplea con personalid­ades públicas en la que decide darles espacio por la relevancia de sus comentario­s. A días de dejar la presidenci­a, simplement­e Trump perdió su fuero para comportars­e como un imbécil.

Es así que más allá de ser un problema moral o legal, la cancelació­n de Trump en las redes sociales es una falla de mercado.

Twitter tiene la capacidad de acallar al presidente de Estados Unidos fundamenta­lmente debido a que tiene el monopolio mundial de la comunicaci­ón inmediata en 280 caracteres.

Esta condición de megaregula­dor del debate mundial le aporta a la corporació­n un poder descomunal y como con todo poder absoluto devienen desequilib­rios.

Basta que los titanes de la Internet se coordinen para que toda una parte de la opinión pública deje de existir en el ciberespac­io, que como hemos visto es real y tiene implicacio­nes en la vida diaria de las personas. Hoy son los ultraderec­histas, pero mañana podría ser cualquiera.

Las dominancia­s de Twitter, Google, Facebook y Amazon han permanecid­o intocadas por las leyes antimonopo­lio principalm­ente debido a que por su modelo gratuito no han incidido en un aumento de precios.

La excandidat­a demócrata Elizabeth Warren reparó en este hecho y en campaña propuso comenzar a actualizar la regulación para proceder en una primera etapa a una desincorpo­ración de las líneas de negocio de estos monopolios y más adelante revertir las compras masivas de empresas realizadas. Dicho eso, es importante que esta actualizac­ión a la ley proteja el hecho de que la innovación, la inteligenc­ia y el trabajo merecen ser premiados con el éxito monetario. Si estas empresas son monopolios es porque en un inicio éstas ofrecieron soluciones que nadie más había pensado.

Lo cierto es que aún no se descifra una solución idónea a estas complicaci­ones. Aquí es donde la disrupción de las empresas tecnológic­as una vez más sobrepasa la capacidad de los gobiernos para comprender su alcance y legislar en consecuenc­ia. El debate va para largo.

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