LA CIENCIA FICCIÓN YA NO ES NOVELA
Ley Cero. Un robot no puede dañar a la humanidad ni, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño.
En 1942, Isaac Asimov no sólo nos advertía sobre las repercusiones éticas de la robótica; además, en su relato “Círculo vicioso”, estableció las que hoy se conocen como “Las tres leyes de la robótica”, que es imperante que se sigan en cada acción posible de realizar por un robot:
1. Un robot no puede dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe cumplir las órdenes de los seres humanos, excepto si dichas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que ello no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Más tarde publicaría su libro Yo, robot, mismo que después sería adaptado a la pantalla grande con Will Smith y Bridget Moynahan como protagonistas. En esta historia, así como en sus obras posteriores a 1950, expone paradojas y dilemas éticos relacionados con la creación de inteligencias artificiales cada vez más complejas, por lo que fue necesaria la “Ley Cero” que, aunque algunos autores la consideran sólo una generalización de la primera, por mi parte creo que muestra la preocupación de Asimov de no atender las implicaciones éticas de la robótica en el nivel más complejo del ser humano que es su unión como humanidad.
Probablemente parezca una exageración, pero el miedo que sentí al recibir el conocimiento de cómo programar inteligencia artificial residía en que existía la posibilidad de que aquellos proyectos en los que me embarcara tuvieran repercusiones que yo no podría alcanzar a predecir, sólo darme cuenta de ello hasta el momento donde no hay vuelta atrás.
Sin embargo, este miedo, aunque no desapareció por completo, fue destronado por el surgimiento de la curiosidad. Las preguntas me inundaban: ¿tiene la inteligencia artificial suficiente autonomía para dañar o evitar dañar?, ¿todo lo que una inteligencia artificial haga será responsabilidad directa de su creador?, ¿cómo saber diferenciar la responsabilidad del creador, el usuario y el robot?, ¿cuáles son los límites de la capacidad de creación del ser humano?, ¿deberíamos conocerlos, aunque esto signifique potencial daño a unos pocos?
Así que, frente a este torrente de cuestionamientos y posibles crisis existenciales, hice lo que mi instinto millenial me ordenaba: googleé. No pasó demasiado tiempo para darme cuenta de que mis preguntas no eran originales ni mucho menos recientes, pero que tampoco se habían encontrado respuestas últimas sobre lo que debíamos hacer al respecto; sólo había algo parecido a un camino por el cual podíamos comenzar el debate sobre las respuestas: la ética.
La ética es un debate interminable de lo bueno, lo malo, lo peor y lo mejor. Para este tema Platón, Kant o Nietzsche son autores de gran renombre y con aportaciones que a día de hoy siguen generando reflexión, sin embargo para evitar caer en el tedio de la tradición y dar una mirada con un sentimiento de actualidad recurriré a la serie original de Netflix The Good Place, donde continuamente se establece, por medio de la comedia, que la complejidad del estudio ético de las acciones humanas ha incrementado abismalmente debido a que nuestras relaciones interpersonales y el contexto en el que nos desarrollamos también han aumentado su complejidad, por consiguiente las consecuencias de nuestros actos ahora son prácticamente inmedibles pues su impacto, gracias a las redes sociales y otras formas de globalización, se ha hecho global.
Existe una frase de Julio Verne, a quien se considera el padre de la ciencia ficción, que me viene a la mente cuando retomo estas dudas durante mis insomnios: cualquier cosa que un hombre puede imaginar, otro hombre la puede hacer realidad. Estas dos personas hipotéticas, que podrían perfectamente en esta época ser una misma persona, en el caso de los avances tecnológicos deben ser cuidadosas no sólo con sus propias intenciones sino con las intenciones que podrían tener los usuarios del producto de su imaginación.
No podemos detener la ciencia o la tecnología para dar parte a estas discusiones, pero podemos actuar de forma responsable ante las oportunidades que se nos presentan para adquirir conocimientos u herramientas, y para aplicarlos a nuestra vida cotidiana o nuestros proyectos personales. La ciencia ficción ha alcanzado la realidad en la que nos desenvolvemos, y es el conjunto de nuestras pequeñas acciones y reflexiones lo que hará que la ciencia y la tecnología sigan siendo en beneficio de la humanidad.