Un recuento de algunos nombres a los que la Historia del Arte no les dio su lugar
Al situarnos en el terreno de las artes, especialmente las visuales, podemos ser testigos de una constante: la representación de la mujer ha estado, durante años, encomendada al pincel de una población predominantemente masculina, que desde una óptica arraigada a la tradición de lo eurocéntrico, ha sido responsable de erigir una mitología ornamental en torno a figuras como la musa.
Las musas fueron transformadas en aquellas mujeres a las que se les había asignado el rol de inspirar, de evocar la belleza, la desnudez erótica y la sensibilidad, por lo que verlas como creadoras era inconcebible... pero las mujeres artistas existen.
Aunque hay indicios que señalan a las mujeres como responsables en la elaboración de estatuillas prehistóricas autorreferenciales, o de que Plinio el Viejo (23-79 d. C.) recogiera los nombres de varias artistas griegas y romanas entre las páginas de su Historia Natural (77 d. C.), la Historia del Arte se ha rehusado a voltearlas a ver.
Además de enfrentarse a un yugo sistemático que amenazaba con excluirlas, ignorarlas, e incluso borrarlas, se les prohibió trabajar en talleres, participar en academias, sociedades artísticas, y certámenes, estudiar cursos de arte, y exponer su obra.
Fue hasta el siglo XVI que la vida conventual las "privilegió" con cierto acceso a la cultura, abriéndoles las puertas para convertirse en artistas, tal como sucedió con Catalina Vigri y Plautilla Neli. En su juventud, Catalina aprendió latín, se acercó a las artes liberales, y una vez parte del cuerpo monástico, se le permitió continuar con la elaboración de miniaturas.
A diferencia de ella, Plautilla Neli no contó con formación plástica, aproximándose al arte devocional desde lo autodidacta, y creando, además, obras de gran formato. Ambas monjas fueron, sin ser reconocidas en su momento, precursoras en la transformación de la producción plástica femenina, con una actitud que, aún en su sutileza, amenazó con replantear la preservación de los valores estéticos occidentales.
Durante el Renacimiento se dio un giro con El Cortesano (1528) de Baltasar Castiglione, publicación con la que se buscó fortalecer la educación aristocrática y artística tanto en hombres como en mujeres.
A su vez, personajes como Giorgio Vasari fueron los encargados de separar al artesano del artista, así como de plasmar las palabras que más tarde identificarían a estos últimos como "grandes genios", y a sus obras como "maestras".
En Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (1550), una exhaustiva recopilación biográfica a cargo de Vasari, apenas fueron mencionadas algunas artistas, quienes continuaron sometidas a prohibiciones como asistir a clases presenciales, viéndose obligadas a aprender a escondidas con la instrucción de pintores, o experimentando en solitario. Aún con semejante esfuerzo, tales mujeres fueron opacadas por una jerarquía de personalidades que va desde Cimabue hasta Miguel Ángel.
Las primeras en disfrutar mayor prestigio en el ámbito artístico fueron las italianas Artemisia Gentileschi y Elisabetta Sirani, promotoras imperdibles del Barroco, continuando con la ejecución de representaciones desprendidas de pasajes bíblicos e implementando escenarios históricos, alegóricos, y hasta biográficos en sus cuadros.
Orazio Gentileschi, padre de Artemisia y pintor aclamado por su comunidad, encomendó a Agostino Tassi tomar a su hija como aprendiz. El evento que se desencadenó de este vínculo influyó en la vida y obra de Artemisia, quien fue violada por Tassi, y sometida a un juicio largo, tortuoso, y humillante.
En Judit decapitando a Holofernes (ver portada), la pintora plasmó la crudeza de esta experiencia desde la denuncia, el rencor y la venganza, poniendo en tela de juicio el dominio patriarcal en la esfera artística y privada, resignificando la obra a pesar de su carácter sacro. Posteriormente, sus obras cobraron popularidad, siendo admitida en la Academia de Arte y Diseño de Florencia, y convirtiéndose en el sostén de su familia.
Por otra parte, Elisabetta, con obras dramáticas cargadas de dinamismo, se aseguró de convertirse en un éxito rotundo. Pese a perecer a temprana edad debido a causas naturales, dejó detrás suyo un lega
Las musas fueron aquellas mujeres a las que se les había asignado el rol de inspirar (...) verlas como creadoras era inconcebible