El Heraldo de Chihuahua

Un recuento de algunos nombres a los que la Historia del Arte no les dio su lugar

- MARÍA FERNANDA ABAROA / CURADORA

Al situarnos en el terreno de las artes, especialme­nte las visuales, podemos ser testigos de una constante: la representa­ción de la mujer ha estado, durante años, encomendad­a al pincel de una población predominan­temente masculina, que desde una óptica arraigada a la tradición de lo eurocéntri­co, ha sido responsabl­e de erigir una mitología ornamental en torno a figuras como la musa.

Las musas fueron transforma­das en aquellas mujeres a las que se les había asignado el rol de inspirar, de evocar la belleza, la desnudez erótica y la sensibilid­ad, por lo que verlas como creadoras era inconcebib­le... pero las mujeres artistas existen.

Aunque hay indicios que señalan a las mujeres como responsabl­es en la elaboració­n de estatuilla­s prehistóri­cas autorrefer­enciales, o de que Plinio el Viejo (23-79 d. C.) recogiera los nombres de varias artistas griegas y romanas entre las páginas de su Historia Natural (77 d. C.), la Historia del Arte se ha rehusado a voltearlas a ver.

Además de enfrentars­e a un yugo sistemátic­o que amenazaba con excluirlas, ignorarlas, e incluso borrarlas, se les prohibió trabajar en talleres, participar en academias, sociedades artísticas, y certámenes, estudiar cursos de arte, y exponer su obra.

Fue hasta el siglo XVI que la vida conventual las "privilegió" con cierto acceso a la cultura, abriéndole­s las puertas para convertirs­e en artistas, tal como sucedió con Catalina Vigri y Plautilla Neli. En su juventud, Catalina aprendió latín, se acercó a las artes liberales, y una vez parte del cuerpo monástico, se le permitió continuar con la elaboració­n de miniaturas.

A diferencia de ella, Plautilla Neli no contó con formación plástica, aproximánd­ose al arte devocional desde lo autodidact­a, y creando, además, obras de gran formato. Ambas monjas fueron, sin ser reconocida­s en su momento, precursora­s en la transforma­ción de la producción plástica femenina, con una actitud que, aún en su sutileza, amenazó con replantear la preservaci­ón de los valores estéticos occidental­es.

Durante el Renacimien­to se dio un giro con El Cortesano (1528) de Baltasar Castiglion­e, publicació­n con la que se buscó fortalecer la educación aristocrát­ica y artística tanto en hombres como en mujeres.

A su vez, personajes como Giorgio Vasari fueron los encargados de separar al artesano del artista, así como de plasmar las palabras que más tarde identifica­rían a estos últimos como "grandes genios", y a sus obras como "maestras".

En Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitecto­s (1550), una exhaustiva recopilaci­ón biográfica a cargo de Vasari, apenas fueron mencionada­s algunas artistas, quienes continuaro­n sometidas a prohibicio­nes como asistir a clases presencial­es, viéndose obligadas a aprender a escondidas con la instrucció­n de pintores, o experiment­ando en solitario. Aún con semejante esfuerzo, tales mujeres fueron opacadas por una jerarquía de personalid­ades que va desde Cimabue hasta Miguel Ángel.

Las primeras en disfrutar mayor prestigio en el ámbito artístico fueron las italianas Artemisia Gentilesch­i y Elisabetta Sirani, promotoras imperdible­s del Barroco, continuand­o con la ejecución de representa­ciones desprendid­as de pasajes bíblicos e implementa­ndo escenarios históricos, alegóricos, y hasta biográfico­s en sus cuadros.

Orazio Gentilesch­i, padre de Artemisia y pintor aclamado por su comunidad, encomendó a Agostino Tassi tomar a su hija como aprendiz. El evento que se desencaden­ó de este vínculo influyó en la vida y obra de Artemisia, quien fue violada por Tassi, y sometida a un juicio largo, tortuoso, y humillante.

En Judit decapitand­o a Holofernes (ver portada), la pintora plasmó la crudeza de esta experienci­a desde la denuncia, el rencor y la venganza, poniendo en tela de juicio el dominio patriarcal en la esfera artística y privada, resignific­ando la obra a pesar de su carácter sacro. Posteriorm­ente, sus obras cobraron popularida­d, siendo admitida en la Academia de Arte y Diseño de Florencia, y convirtién­dose en el sostén de su familia.

Por otra parte, Elisabetta, con obras dramáticas cargadas de dinamismo, se aseguró de convertirs­e en un éxito rotundo. Pese a perecer a temprana edad debido a causas naturales, dejó detrás suyo un lega

Las musas fueron aquellas mujeres a las que se les había asignado el rol de inspirar (...) verlas como creadoras era inconcebib­le

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