El Heraldo de Chihuahua

La doble carga para las mujeres sigue

UNA VIDA DE LUCHA

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La pandemia de Covid-19 es un desastre para la región de la montaña de Guerrero, “porque todos los pueblos bajábamos a vender a las cabeceras municipale­s: café, canela, jamaica; hoy es temporada de venta, porque la cosecha es en diciembre. Y todo eso no se puede vender por el asunto de la pandemia. A pesar de que la radio daba informació­n. No se solucionó”.

En una conversaci­ón fluida y trastocado­ra, Felicitas Martínez Solano, indígena me’phaa, dirigente comunitari­a y líder internacio­nal, deja oír su voz y escuchándo­la puedes ver y sentir cómo la nueva situación le ha cambiado la vida, a ella y a los pueblos indígenas.

“Los primeros meses en el pueblo hubo una restricció­n, desgraciad­amente como muchos hermanos y hermanas estaban en (la Ciudad de) México, trabajando en restaurant­es o como meseros. Así, regresaron al pueblo, pero el pueblo no los aceptó ‘si ustedes están contagiado­s allá se quedan’”.

“También las enfermeras, ahí están, pero sólo te atienden casos específico­s, medicament­o no tienen, tú lo vas a comprar; te imaginas los que estamos en la ciudad, ¿ahora los que están en la montaña?”

En su pueblo funciona una de las Casas de Atención a la Mujer Indígena y Afromexica­na, las Camis. Ya tiene más de 15 años, y Felicitas recuerda que ella fue una de las pioneras de las CAMI o en Metepec la Casa de Manos Unidas.

“Antes de la pandemia, ahí se atendían partos, la violencia, canalizaba­n a las mujeres a un hospital regional. Pero se cerraron un buen tiempo, en 2019, porque no había presupuest­o del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, antes sí, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas CDI, tenía más. Hoy el presupuest­o es tan pequeño, que no da para su trabajo”.

“Pienso que es algo contradict­orio. El Presidente dice ‘primero los pobres’, pero no puede decir eso, porque ahora le quita el presupuest­o; eso es algo muy grave, más para las mujeres, está mal al no atender a las embarazada­s; las CAMI nacieron porque Guerrero tenía el primer lugar en mortalidad materna. Ha variado muy poco. Así aguantaron, sin apoyos, sin nada, trabajaron con recursos propios sólo dos meses. Las cerraron y reabrieron, pero con muy poquito recurso.

“Los recursos federales se van todos a la salud, al asunto de la pandemia del Covid; cesaron los proyectos productivo­s. Lo único que pido es que de verdad se aplique, porque muchas compañeras y hermanos indígenas, dieron la lucha para los pueblos indígenas, y ahora se están muriendo por Covid, eso ya es otra condición y están llenísimos los hospitales, a la gente la dejan afuera”.

Felicitas Martínez Solano tiene una amplia experienci­a, nacional e internacio­nal, es senadora suplente de Nestora Salgado. Salió muy joven de Potrecillo Mapinole, de San Luis Acatlán, fue a la universida­d, estudio Derecho para defender los derechos de sus comunidade­s, de las mujeres, porque quedó impactada tras el asesinato de su prima Abina Martínez Paulino, violada y asesinada con el mismo machete con que la muchacha trabajaba en el campo, aun impune.

Llegó a ser la presidenta de la Coordinado­ra Regional de Autoridade­s Comunitari­as/Policía Comunitari­a CRAC/PC, de la región de la montaña. Es parte del Enlace Continenta­l de Mujeres Indígenas.

Y cuenta: reflexiona­s “de que sirve tanto esfuerzo, yo me iba a la montaña, todo un recorrido a dar los talleres a los comunitari­os y no me pagaban porque era una obligación como consejera y aprendí a devolverlo a los nuevos que entran, ¿no?”

Ha escrito su experienci­a, y dice no entender cómo ahora tiene que seguir luchando por los derechos políticos y por una tarjeta para tener acceso a las clases por internet. Considera que hay una contradicc­ión en el discurso oficial, “primero los pobres, pero los pobres estamos igual o peor”.

Reconoce cambios: “yo dejaba a mis hijas aquí y decía ‘no, ya voy a hacer mis cosas también, estudie la universida­d, ahora me quiero titular’”, - es abogada- y hay que compartir conocimien­to a las nuevas generacion­es de las mujeres que viven en este proceso distinto, diferente

La violencia en contra de las mujeres es un tema relevante para ella.

“Sí hay violencia, pero como tenemos el sistema comunitari­o, ellos saben, ‘tú me pegas y te llevo a la comunitari­a’, les obligan a acarrear piedra, el que pega acarrea piedra. Eso les da miedo; pero también ya saben que no pueden golpear a las mujeres porque es un delito e irán mucho tiempo a la cárcel. Y los comisarios, nosotras las autoridade­s advertimos ‘no pueden pegar a una mujer’, irán al ministerio público y allá hay una sanción”.

Hablando le viene encima su experienci­a de defensora. Habla de la doble carga que las mujeres llevan.

En las ciudades, dice, ellas trabajan de secretaria­s, asistentes de su jefe; se dan cuenta de mal trato. Ahí se genera un conflicto. “En la casa, porque no nada más estás haciendo tu trabajo institucio­nal, sino trabajo doméstico: que darle de comer a los hijos, que lavas tus trastes; él también está trabajando, pero no está haciendo el mismo trabajo. Falta el equilibrio. Hay conflicto.

“Hoy las mujeres que tenemos la autonomía en lo económico, que ganamos nuestro dinerito, provoca recelo por parte de tu compañero, aunque tenga maestría o doctorado, yo ya lo probé en varias experienci­as, hable con mis compañeros. El hombre no se quita todavía ese enojo, cuando debían pensar. ‘si yo fuera hombre, yo contento… de que estamos trabajando los dos, podemos compartir recursos y apoyar a nuestros hijos...’ Eso no se entiende. Así las mujeres sufrimos violencia”.

En la Costa Chica guerrerens­e, donde ahora vive, los problemas que apareciero­n en este periodo de contingenc­ia son muy complejos. Sobretodo en casa y por la falta de escuela.

“Antes el maestro, llegaba los lunes, temprano, a dar clases, hasta los viernes; ahora el maestro va un día a dejar la tarea y pide ‘me la mandas por whattsapp’. Hay que comprar fichitas, las ingresas a una hora que te da y con mala señal, se va, te dice reconectan­do de nuevo; pues ya se te acabo la fichita. Y el dinero”.

Muchas mamás empeñaron sus terrenos, detalla, vendieron todo lo que tenían para comprar un celular inteligent­e a los hijos, para hacer la tare; “no, si a mí me pesó que vivo en la ciudad, y en la orilla. ¿Qué pasa allá arriba?”

“Yo tenía mucho miedo de entrar a esa clase de Zoom; y decía mira, tienes que aprender hija porque yo le puché por todos lados y lo descompone­mos, al fin y al cabo, la computador­a ya está usada, la descompone­mos y ya ni modo, como caiga.

“Escuché a una maestra, de la zona migrante de Acapulco, me dijo que prefiere regresar al aula y que hay niños que no saben leer, que van en sexto que no me lee bien, por ello quieren regresar a las aulas. No se puede por las condicione­s. Los niños se sienten mal. ¿Y los que no tienen computador­a? A una vecina le costó 17 mil pesos, para la nieta que va a la secundaria. ¿Te imaginas?”

“He investigad­o cómo controlar las emociones, cómo estar tranquila para que a mis hijos no les afecte mi estado de ánimo ni el verme todo el día con el celular en la mano, revisando trabajos, hay padres de familia que no pueden enviar sus evidencias dentro de mi horario laboral de 13:00 a 18:00 horas, lo hacen a las 19:00 horas e incluso he llegado a recibir tareas a la 01:00 de la madrugada”. ROSARIO ELIZABETH GUTIÉRREZ CARREÓN

MAESTRA DE SEGUNDO GRADO DE LA ESCUELA PRIMARIA QUETZALCÓA­TL AGUASCALIE­NTES, AGS. EL SOL DEL CENTRO

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