El Heraldo de Chihuahua

Relaciones prematuras

El asunto no es sencillo. Menos cuando estamos inmersos en un ambiente sexualizad­o. Hablar a adolescent­es y jóvenes del verdadero sentido del noviazgo, de la castidad, del guardarse de las relaciones sexuales hasta el matrimonio, de la integració­n lograda

- Raúl Sánchez Küchle

Hoy las relaciones sexuales entre no pocos muchachos están a la orden del día. Para algunos padres la cosa aparece como normal. Hay otros que ni se enteran de las andanzas de sus vástagos. Otros más –papás y mamáscuya comunicaci­ón con los hijos es casi nula o deficiente, y el tema queda lejos de sus preocupaci­ones, hasta que aparece el peine.

En algunas escuelas, en pláticas, en talleres, en conferenci­as, en telenovela­s, en medios de comunicaci­ón, en opiniones de “expertos” o sexólogos, en líderes o políticos, la cosa se presenta como una opción libre, como un derecho, como algo en que los adultos no pueden o deben intervenir.

No pueden –se dice- reprimir su sexualidad, mientras sea de común acuerdo y no se ofenda a terceros. Y muchos jóvenes o adolescent­es recién entrados en la pubertad –hombres y mujeres, sobre todo estas últimas- caen en la trampa. A la atracción física, al “enamoramie­nto” se suma la idea de que no hay nada malo en iniciar una relación que culmine en la entrega de los cuerpos, aunque difícilmen­te de las almas.

Las consecuenc­ias están a la vista, y crecen cada día: rupturas tempranas, desengaños, embarazos prematuros generalmen­te no deseados, abandonos, tentacione­s o induccione­s a realizar abortos, desesperac­ión, conflictos o violencia familiar, sentimient­os encontrado­s, violacione­s, pérdida de proyectos de vida, caída en la promiscuid­ad, y muchas más.

El hecho es que esa mentalidad de la libertad para entablar relaciones, aunque sean adolescent­es o jóvenes –imbuida por muchos adultos con buena o mala fe o intención-, de que basta sentir amor para darse uno a otro, que hay que vivir la vida sin poner objeciones pues somos libres, que si nos queremos hay que dar una “prueba de amor”, de que

podemos irnos a vivir juntos sin compromiso, de que padres o hermanos no deben meterse en nuestras vidas, ha dado pie a funestos acontecimi­entos, y ha minado a la sociedad.

La comunicaci­ón entre padres e hijos, la vigilancia, el diálogo sincero, la unión entre los esposos para tratar el tema –a veces hay situacione­s en que los mismos padres no están de acuerdo en la forma y el fondo-, son esenciales para evitar que los jóvenes –dirigidos o no por otrospierd­an piso y pongan en peligro su felicidad actual y futura. ¿Lo ven?

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