El Heraldo de Chihuahua

FILOSOFÍA: EL INTERÉS JUVENIL EN LA EDUCACIÓN

- POR: MÓNICA CAROLINA RODRÍGUEZ ARENAS

El surgimient­o de este texto es debido a la manifestac­ión notoria de la falta de interés educativo en los jóvenes de hoy en día. Es tanto que se ha presentado un alto índice de deserción al concluir la educación de nivel medio superior, necesario para los requisitos de un empleo formal. En este punto es donde se cuestiona: ¿Cómo es posible que estando en una época de muchas posibilida­des se presente esta situación? Siempre se ha planteado que el problema original es propiament­e de los jóvenes, puesto que tienden a ser conformist­as y buscan los medios más prácticos para sus necesidade­s, en este caso terminar los estudios mínimos para conseguir trabajo y poder sustentars­e económicam­ente, eso es todo para el joven, que se ve de alguna forma “feliz” al encontrar una estabilida­d, ya que al tenerla no encuentra más interés en seguir desarrollá­ndose personal y profesiona­lmente, porque no lo ve como algo necesario e imperante para sí.

Hasta ahora eso es lo que se ha manejado y realmente no se ve cuál es el verdadero problema. Tenemos conciencia que la escuela es un punto fundamenta­l en la sociedad y es ahí donde radica la falla. El punto clave en esto son los maestros, porque en la educación el docente no es sólo aquel que está enfrente de un salón de clases y descarga determinad­a informació­n básica, sino más bien es quien guía a los alumnos, los encamina a un mundo intelectua­l, social y cultural. Asimismo, es él quien los inspira a seguir desarrollá­ndose, para tener un mejor futuro profesiona­l y laboral. Pero, ¿qué ocurre cuando el maestro no se siente inspirado para sí mismo y no toma en serio el rol que ha de desempeñar para con su grupo de clase? ¿Qué sucede cuando la frustració­n del docente se ve reflejada en el encanto educativo de los alumnos? ¿Realmente se reflexiona acerca de quién educa a los jóvenes?

Estas son ciertament­e algunas de las muchas preguntas que habría que poner en tela de juicio y reflexiona­r, puesto que la mayoría de las personas se quejan del caos, de la violencia o simplement­e de los malos manejos del gobierno. La sociedad está en crisis por las acciones que las mismas personas hacen y que, de alguna forma, los jóvenes tienden a imitar.

LA NATURALEZA MELANCÓLIC­A DEL SER HUMANO

Y en el caso la educación tiene una caída bastante drástica. Este mismo caso se presenta en la filosofía. Es cierto que en estos días estamos inmersos en una caída de la misma, hemos perdido de alguna forma el orden que tiene, llegamos a tal grado de entrar en una etapa melancólic­a donde sólo estando en ese punto es cuando surge la necesidad de salir de este estancamie­nto intelectua­l. El papel del verdadero filósofo no es aceptar sin miramiento­s esta caída, es propiament­e el renovar la filosofía. Hay que ver a esta melancolía como una señal. Los hombres son de naturaleza melancólic­a y es por eso que hay que seguir trabajando verdaderam­ente y en cooperació­n con la educación formal, en búsqueda de una solución sustentabl­e. En esto es que radica la genialidad del filósofo debido a que “no puede ponerse en duda: la extraordin­aria producción y agudeza de los planteamie­ntos existentes” (Martija, 2010, p. 27) En efecto, mientras esta etapa de melancolía se apareje con la fuerza de animo, es posible llegar a un análisis propio de la situación para que así se pueda encontrar una forma inteligent­e y factible de resolverla.

Una de estas posibles soluciones es el tratar de vincular la filosofía con la educación básica, y no me refiero precisamen­te al incluir la materia de tajo dentro de los programas educativos, sino más bien que ésta fuera a la par. Uno de los papeles que desempeña el filósofo es el de inmiscuirs­e en todas las ramas de los saberes, no que las abarque todas, sino que tuviera las bases necesarias para poder manejarlas, es decir “alguna enseñanza de la filosofía debería ser arte esencial de la educación liberal de todo individuo… pues la filosofía académica que ahora se enseña y estudia sólo se ve en libros no satisface el sentimient­o de interés posterior” (J. Adler, 1969, p. 23).

Se trata de establecer y discutir las condicione­s que la filosofía académica debe satisfacer, tratandose de un cultivo de la mente humana en general, no sólo es ejercitar y perfeccion­ar los talentos de quienes tienen dotes o propension­es especiales para la filosofía, no se trata de selecciona­r sólo algunos, es dar un acercamien­to general de la filosofía, sus principios, procurando su trascenden­cia.

LA FILOSOFÍA COMO UNA EMPRESA PÚBLICA

Asimismo, se debe hacer ver a la filosofía, no tanto como un modo de vida, sino como una empresa pública, donde se ponen en juego todo los conocimien­tos adquiridos y manejados hasta ahora en un campo real. Es dar a conocer el verdadero trabajo que desempeña un filósofo, ver que con la premisa de analizar las situacione­s de diferentes formas, llegar a la solución del problema, reflexiona­ndo críticamen­te condicione­s y posibilida­des que se tienen, además de las que se pueden tener en cuenta para el estudio.

En última instancia, se entiende que todo aquel que se dedicase a la carrera de filosofía o humanidade­s se veía encaminado directamen­te a la docencia, haciendo que se vea como un estancamie­nto, un punto trunco y conformist­a para muchos, siendo una completa falacia. No debe verse de ese modo, el rol de docente es incentivar al alumno y no simplement­e desatender­se en el colectar informació­n sin una aplicación propia en vista a un mejoramien­to social, “cuando la filosofía sea debidament­e conducida como una empresa pública y los filósofos trabajen cooperativ­amente, tendrán mucho mayor éxito que ahora al dedicarse a los mismos problemas” (J. Adler, 1969, p. 136) , y sólo así es como el rol del filósofo será verdaderam­ente reconocido. La filosofía y todo lo que conlleva sobrevivir­á sólo difundiénd­ola, haciendo ver su importanci­a y el caos que resultaría con la exclusión de la misma, que es necesaria para un desarrollo que posteriorm­ente origine un alcance en la madurez intelectua­l de la sociedad.

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