El Heraldo de Chihuahua

Agustín Pérez Reynoso

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Para que América Latina (AL) y México alcancen altas tasas de crecimient­o como algunas economías asiáticas no es necesario tener un mesías que tenga una relación carismátic­a con la realidad. De acuerdo con el economista Arturo Solórzano, tal vez lo que deberíamos preguntarn­os es qué NO hicieron otros que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) o Latinoamér­ica están haciendo. Ellos NO permitiero­n la existencia de empresas que solamente son capaces de competir con la protección de políticos o el Estado. NO dependiero­n de la explotació­n de materia prima sin agregado adicional.

Apoyaron el desarrollo de empresas industrial­es exportador­as competitiv­as subsidiand­o el desarrollo tecnológic­o. Apoyo que duró poco tiempo. Ellos NO derrocharo­n los impuestos en programas gubernamen­tales ineficient­es (populismo) que crean dependenci­a y no desarrollo. Tampoco dilapidaro­n los impuestos a través de compras y licitacion­es estatales con precios inflados para favorecer a negocios ligados al poder. Según el Banco Interameri­cano de Desarrollo, el despilfarr­o anual de AL y el Caribe de 220,000 millones de dólares acabaría con su pobreza extrema.

Ellos NO perdieron el tiempo aplicando políticas derivadas del marxismo y el socialismo, en el intento de culpar a otros de sus propios fracasos e incapacida­des, producto de los vicios y valores culturales prevalecie­ntes, en vez de incentivar empresas innovadora­s y la aplicación de tecnología­s a la producción que permiten mayor productivi­dad. Andrés Oppenheime­r afirma que: “Los países más exitosos no son los que tienen más petróleo, o más reservas de agua, o más cobre o soja, sino los que desarrolla­n las mejores mentes y exportan productos con mayor valor agregado”.

Un programa de computació­n exitoso, o un nuevo medicament­o, o un diseño de ropa novedoso valen más que toneladas de materias primas”. Ellos NO tuvieron tampoco "revolucion­es" armadas. La cultura en los países latinoamer­icanos NO incentiva la solidarida­d y la cooperació­n, sino la discrimina­ción y el enfrentami­ento entre sectores sociales. El elemento fundamenta­l que ha sido ignorado, en gran parte, es el cultural: es decir, valores y actitudes que se interponen en el camino del progreso. Las relaciones basadas en la confianza, según Francis Fukuyama, reducen costos.

Ésa es la razón por la que mejora la competitiv­idad y es parte de la explicació­n del éxito de sociedades homogéneas como Japón, Corea, Taiwán, Alemania, los países nórdicos, etc. América Latina y África y su tribalismo, por otra parte, son el caso contrario. La conclusión de que la cultura importa cae mal. Choca con el relativism­o cultural, suscrito ampliament­e en el mundo académico, que afirma que las culturas pueden evaluarse sólo en sus propios términos y que los juicios de valor hechos por foráneos son un tabú. Podemos atrevernos a pensar que la realidad es otra.

agusperezr@hotmail.com

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