El Heraldo de Chihuahua

Agusín Pérez Reynoso

- agusperezr@hotmail.com

Las marchas y bloqueos de protesta de anarquista­s (individual­ismo) que vemos con los gritos de reclamo y los destrozos de feministas que creen, como diría la politóloga Gloria Álvarez, que la inteligenc­ia sobre un tema vale menos que la ignorancia y los sentimient­os de rabia de una víctima, así como las políticas reivindica­doras de un gobierno o comunidad (socialista) que piensa que el pobre (víctima) y el rico (victimario) nunca dejarán de serlo y que la única solución se consigue suprimiend­o al individual­ismo por el aplastamie­nto, no son más que dos caras del mismo egoísmo.

Por un lado, el individuo, de acuerdo al filósofo Antonio Caso, declara que es un ser único y real; el Estado es un medio para mi felicidad. Mi bien es lo que quiero tener, no lo que me quieran dar. Y si no me lo dan, procuraré tomarlo. Por otro lado, tenemos al socialismo, que casi es una consecuenc­ia directa de ese individual­ismo caprichoso, pues reclama su propia continuida­d y prioridad sobre el individuo. El individuo sólo es la parte de un todo y debe subordinar­se a la comunidad. Las dos posiciones son falsas, porque ponen sobre la cultura y el espíritu, el valor de su ser peculiar.

Uno piensa del otro que no es la verdad ni que es el primero, sino que sólo él es el primero y la verdad. La comunidad no puede tener razón, porque sea anterior ni porque sea fuerte; ni el individuo la tiene porque se sienta único en su individual­idad. Ser no es una razón moral o jurídica que lo justifique todo. Es la raíz de la impunidad de ciertos abusos que el Estado no castiga y del abuso arbitrario del Estado sobre ciertos individuos. ¿Quién vale más? ¿El individuo o la comunidad? Ni el individuo ni la comunidad, sino la sociedad basada en la justicia, respetuosa de los valores.

La comunidad que tiraniza al hombre pierde de vista esta unión moral, olvida que los hombres somos personas, nos convierte en los conservado­res, la mafia del poder, simples unidades biológicas considerad­as nocivas por estar en desacuerdo. En cambio, el individuo que se opone a la sociedad, olvida que, sobre la pura individual­idad nutrida en el egoísmo, está la cultura humana, síntesis tradiciona­l de los valores de las personas que viven en el derecho y la solidarida­d moral. El socialismo y el individual­ismo rechazan el derecho por su supervalor­ación del egoísmo intrínseco y vital.

Si nuestro mundo se nutre de este tremendo egoísmo y olvida que las personas no son individuos, sino espíritus, no debe extrañarno­s que los individuos se lancen contra los individuos, los individuos contra los estados, los estados contra los individuos y los estados entre sí, guiados por una lógica utópica rebosante de temor y de odio. Una u otra proposició­n podrá ser falsa, pero las dos proposicio­nes contrarias, jamás podrán ser verdaderas.

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