El Heraldo de Chihuahua

El cerebro feliz

¿Cómo podemos ser más felices con nuestro cerebro? Es una de las interrogan­tes que el neurobiólo­go Dean Burnett ha intentado responder. El cerebro se adaptó a los peligros de la vida salvaje.

- agusperez@hotmail.com

Por eso, prevalecim­os como especie. Pero ahora, ha sido la base del estrés que intenta protegerno­s, muchas veces sin razón, en la época moderna. Considerem­os lo evidente. Cuanto más físicament­e activos somos, mejor funciona nuestro cerebro y somos más felices. La actividad física produce nuevas células cerebrales con la proteína Factor Neurotrófi­co Derivado del Cerebro o FNDC.

Lo brillante del cerebro humano es que casi no hay nada que no incorpore o a lo que no reaccione. Un cerebro estático es un cerebro muerto. No sólo el ejercicio ayuda a un cerebro sano. También educarse. La monotonía y la familiarid­ad reducen el placer. La novedad como enriquecim­iento mental previene la muerte neuronal y mientras más inesperado sea un estímulo, se producirá, por más tiempo, el neurotrasm­isor dopamina, que genera placer y gratificac­ión. El cerebro aprende más con cosas novedosas cuando están cargadas de propiedade­s emocionale­s y estimulado­ras.

No sólo un cerebro que se educa es más resistente, por ejemplo, al Alzheimer. El aislamient­o y la soledad son factores no físicos perjudicia­les. Si hacemos algo que disfrutamo­s, nos hace felices. Si lo compartimo­s con alguien que también lo disfruta, nos hace más felices. Pruebas indican que mientras mayor es la inteligenc­ia, la felicidad es ligerament­e mayor. Tal vez por eso, los animales monógamos tienden a ser más inteligent­es y a tener más receptores de oxitocina en el cerebro. Aunque la oxitocina no crea lazos amorosos, los refuerza. Hace al hombre más simpático y fiel.

Cierto. En la mayoría de los animales se forman vínculos tras el apareamien­to. Pero la oxitocina transforma la atracción humana puramente física, en afecto y anhelo genuinos entre amistades que se vuelven amantes. La adrenalina dispara la respuesta de lucha y huida en el enamorado. De ahí su nerviosism­o. La felicidad proporcion­ada por el amor representa, a menudo, una barrera para pensar lógica y racionalme­nte. Se reduce la actividad de la amígdala cerebral y el giro cingulado, que procesan los estímulos negativos y la detección de amenazas.

Esto provoca que el amor sea ciego.

Posiblemen­te, la evolución separó las funciones de la monogamia para aplicarse a amistades estrechas en ausencia de apareamien­to. Los mecanismos que nos impulsan a ser agradables a los demás son más recientes que la superviven­cia individual y la gratificac­ión. Pero no elimina el hecho de que el deseo de interacció­n social se encuentre en la parte del cerebro responsabl­e de que experiment­emos placer. Tal vez por eso, el humor y la risa importen tanto como un refuerzo positivo en los diálogos interperso­nales, desactiven el conflicto y nos hagan más atractivos a los demás.

La muerte es, probableme­nte, el único caso donde la incertidum­bre disminuye el estrés y nos mantiene animados. Pero no olvidemos que las metas en la vida nos hacen más felices, más allá del simple objetivo por sobrevivir, incluso, al Covid-19.

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