El Heraldo de Chihuahua

Mario Saavedra

- Mario Saavedra

El azar y la eternidad en la obra de Rodolfo Disner se llama el más hermoso y completo libro que sobre este notable artista plástico chiapaneco promovió en su alma máter mi dilecto amigo Roberto Villers.

Las dos más visibles antípodas en su ecléctica obra, establece estrechas amarras con la identidad de un estado de muy ricas tradicione­s, con tan exuberante­s fauna y flora que sobrecogen los sentidos y superan cualquier desinhibid­o ejercicio de la imaginació­n. Eros y Thanatos se multiplica­n aquí en los temas más específico­s que pueblan su multitonal obra donde el color y la luz parecieran desbordars­e y fecundarlo todo.

Ya sean sus paisajes, o sus marinas, o sus confabular­ios de lo que Carpentier llamó lo “real-maravillos­o”, o sus máscaras y personajes de las mitologías occidental­es y amerindias ––o mestizas––, o sus símbolos de rituales de la tradición judeo-cristiana o pagana, la obra de Disner es tan mexicana y chiapaneca y huixtleca como universal, tan académica como popular, porque en su formación en San Carlos, de la mano de artistas de la talla de Luis Nishizawa, entendió que el arte de verdad trasciende etiquetas, calificati­vos y fronteras. Siendo Premio Chiapas, sabido es que su estado lo propuso en varias ocasiones para el Premio Nacional, y los jurados tuvieron la pifia de clasificar­lo en la categoría de “arte popular”, sin entender el valor estético de su ya muy definido quehacer de más de media centuria, quizá por el prejuicio de su notable presencia en el terreno de la cerámica en el que muchos otros importante­s artistas han abonado de igual modo sin miramiento­s.

Conectado de igual manera con el arte naif de Rousseau, y el primitivis­mo de Gauguin, y el fauvismo de Matisse, y el denominado art brut de Dubuffet, entre otras herencias que notoriamen­te abrevaron en su obra, Rodolfo Disner evolucionó hacia una combinació­n siempre razonada

Conectado de igual manera con el arte naif de Rousseau, y el primitivis­mo de Gauguin, y el fauvismo de Matisse, y el denominado art brut de Dubuffet, entre otras herencias que notoriamen­te abrevaron en su obra.

del empleo de los elementos tradiciona­les y un rompimient­o hasta cierto punto anárquico, pero eficaz de los mismos. Incluso el empleo de los propios medios de la tradición popular en su caso es atravesado por el tamiz de la reflexión iconoclast­a, en el entendido de que los artes moderno y contemporá­neo se han edificado sobre la base de la ruptura crítica, porque su evolución se construye sobre el cruce de dos vías a la vez distantes y complement­arias: la tradición y la originalid­ad. Bien dijo alguna vez el mismo Dalí que el arte no puede responder más que a su necesidad imperante de mirar hacia delante, aunque en ese avanzar se tenga continuame­nte que recapitula­r sobre lo hecho en el pasado.

Con la muerte del ya nonagenari­o Rodoldo Disner se ha ido el decano de la plástica en su entidad, donde con admiración se le conoce como “el alquimista del oro” o “el artista con fuego”, y con su nutrido e influyente legado deja un vívido testimonio de quien a partir del empleo oficioso e inspirado de técnicas y materiales diversos, en prácticame­nte todos los formatos, concibió una obra palpitante y dinámica, con las siempre saludables búsqueda y experiment­ación como principios inagotable­s de toda creación estética.

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