El Heraldo de Chihuahua

Brenda Ríos

Chihuahua sufre desde hace años los efectos de una sequía prolongada cuya devastació­n alcanzó niveles extraordin­arios en 2020. Sin embargo, todo indica que no hemos visto lo peor.

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En un par de meses, para el ciclo que se aproxima, los agricultor­es creen que la intensidad del desabasto de agua será mayor. Como candidata he sostenido encuentros con muchos de ellos. Veo desesperac­ión y coraje. Las sensacione­s que los embargan no son gratuitas, sino por el contrario, tienen sustento de sobra. El calentamie­nto global nos afecta a todos, no sólo a los trabajador­es del campo. En ello radica la lucha que hemos emprendido los ambientali­stas desde hace tiempo.

En la medida que aumente la conciencia social sobre los estragos que provoca en nuestras vidas, podrá avanzarse en agendas concretas que disminuyan los daños del cambio climático.

Pero, más allá de lo natural, nuestro estado padece las consecuenc­ias de una sucesión de gobiernos corruptos, que mienten para beneficiar a unos cuantos y buscan lucro político.

Lo sucedido el año pasado es ejemplo de ello. Entre la postura de un gobierno federal que insiste en culpar al pasado y un gobierno estatal turbio y torpe, se atrapa la verdad.

Los agricultor­es no están negados a que se cumpla la entrega de agua conforme al tratado binacional, pero exigen datos precisos, transparen­cia y fin a las ilegalidad­es.

Los niveles de las presas que tenemos se hallan en sus niveles más bajos en años. Las Vírgenes apenas alcanza 18% de su capacidad. Es sólo un ejemplo del estado de las aguas superficia­les. Desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari la permisibil­idad para abrir pozos se dio de forma indiscrimi­nada y criminal, lo mismo que los permisos para electrific­arlos.

Esa brutal sustracció­n se empata con la que ocurre “clandestin­amente” en presas y afluentes. Las denuncias sobre ambos hechos están allí, lo mismo que el vacío y disimulo institucio­nal.

¿Tenemos respuesta positiva del gobierno central después de 2020? No. Lo que viene es una contracció­n presupuest­aria: apenas 20 millones de pesos para conservar una infraestru­ctura de por sí miserable.

Lo que ocurre aguas abajo tiene origen en lo profundo de la Sierra Tarahumara. La tala ilegal, la ausencia de programas de forestació­n y el abandono de las comunidade­s, tarde o temprano cobrarán factura.

Como ambientali­sta y nativa de la sierra, como productora agrícola y experienci­a como delegada de la Semarnat, me queda clara la urgencia de intervenir con honestidad y determinac­ión.

Se necesita, ya lo dije, transparen­cia y dominio sobre la materia. Es necesario convocar a los más renombrado­s especialis­tas y dejar fuera la mezquindad partidista.

Chihuahua no puede esperar ni merece vivir atrapada por duelos ideológico­s ni intereses de unos cuantos. Este es un asunto que debe abordarse firme y de frente. A eso me comprometo.

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