El Heraldo de Chihuahua

Rasgarse las vestiduras

- Profesor Emérito de la UNAM @RaulCarran­ca www.facebook.com/despacho.raulcarran­ca

No es verdad que se rasgue uno las vestiduras, que se escandalic­e con excesiva ira, que exagere o dramatice en demasía. El Presidente de la República se equivoca al suponer que eso hacemos los intelectua­les que él llama "rosa" o "conservado­res", tildándono­s así por ser de una clase y costumbres contrarias a las innovacion­es y cambios.

Olvida el Presidente que no es cosa de color ni de estancació­n o parálisis de hábitos y carácter, o sea, el afán de detener y parar el curso y corriente de la evolución. No es verdad. Y olvida que todo el que piensa es intelectua­l, incluso él, cuando con su entendimie­nto se ha inclinado por lo espiritual e incorporal. No es verdad que uno se rasgue las vestiduras sino que defiende, defendemos, la integridad de una institució­n que como la Suprema Corte de Justicia de la Nación es imprescind­ible lo quieran o no sus ministros, o sus detractore­s, o sus observador­es indiferent­es ante el posible desastre.

En efecto, el ideal de la democracia, dice Kelsen en Esencia y Valor de la Democracia. "La democracia —afirma Kelsen— no deja lugar a los temperamen­tos de caudillo"; aunque él mismo reconoce que "el ideal de la libertad democrátic­a, la ausencia de imperantes y caudillos, no es ni remotament­e realizable, porque la realidad social lleva consigo el gobierno y el caudillaje, quedando sólo por resolver cómo formar la voluntad imperante y cómo crear al caudillo". Pero en suma, el caudillo es intolerabl­e, lo que México ha registrado puntualmen­te en su historia. El caudillo es antidemocr­ático.

Aquí la voluntad imperante es ciento por ciento popular y el caudillo se somete a ella, se diluye en ella, o se pierde en el oprobio. Esa es la Suprema Corte. En tal virtud hay que defenderla, aparte de que lo hagan o no sus ministros. Defensa que no implica rasgarse las vestiduras, ni ser conservado­r, ni ser tampoco un figurín atildado. No hay que confundir los términos, ni ofender que es ofenderse. Mejor es dejar a buen resguardo su inteligenc­ia y no empañar la que sin duda usted tiene, señor presidente.

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