El Heraldo de Chihuahua

Mario Góngora Hernández Alejandro Cortés Glez. Juan Ramón Camacho Ma. Soledad Limas Frescas

- Mario Góngora Hernández

López Obrador afirmó durante su campaña que al día siguiente que tomara posesión de la Presidenci­a de la República, los narcos, todos ellos, cambiarían sus armas por tractores para trabajar el campo; y así todo ese pueblo “bueno y sabio” convencido por la mentira, votó por él. Todo esto, reforzado por el padre Solalinde, quien confirmarí­a que “AMLO es Dios”.

Si uno realmente cree que existe el cielo, la vida aquí en la tierra es diferente. Uno piensa que verá otra vez a sus seres queridos, por lo que el dolor de haberlos perdido no es tan intenso, aunque por supuesto que se sufre. Si creemos en la existencia del cielo sabremos que tendremos que responder por nuestras acciones, por lo que nuestro comportami­ento aquí en este planeta cambia generalmen­te para bien. Y lo más importante, creer nos da la esperanza de estar ante la presencia del Creador. Sería fabuloso si todos pudiéramos realmente tener fe. Las relaciones, la cooperació­n, la sociedad, todo, cambiaría positivame­nte. No habría narcos ni estafadore­s. Los carceleros perderían su chamba y necesitarí­amos menos policías. Habría políticos bien intenciona­dos. La amabilidad predominar­ía. No habría robos ni asesinatos.

Nadie puede probar la existencia del cielo en forma científica, así como nadie puede comprobar que no existe. Sin embargo, haciendo la fe a un lado, existen aquellos que afirman haber estado ahí. Solamente en los Estados Unidos, a finales de la década pasada, 18 millones de personas con experienci­as cercanas a la muerte experiment­aron la gran sensación de la vida después de la vida. “No existe ninguna experienci­a en la tierra que pudiera ser tan fabulosa como estar muerto...” afirma la mayoría. No falta algún científico que diga que eso se debe a la falta de oxigenació­n del cerebro ....

Casi en todas las civilizaci­ones hemos creído en el cielo. Cuando las diferentes culturas hablan del más allá, la mayoría ha llegado a una conclusión similar: los malos terminan en el infierno y los buenos van al cielo.

Nadie puede probar la existencia del cielo en forma científica, así como nadie puede comprobar que no existe.

Hay quienes piensan que la espiritual­idad tiene que ver con la personalid­ad del individuo. Dicen que está en nuestros genes. Que el que es espiritual tiene una mutación en un gen llamado el VMAT2, que controla ciertos químicos en el cerebro y estas sustancias se supone, afectan el funcionami­ento de la conciencia, la forma en que nuestros sentimient­os reaccionan ante los eventos que nos rodean.

Es cierto que cuando meditamos, cuando nos relajamos profundame­nte u oramos con cierta intensidad, la actividad frontal cerebral se incrementa. Al mismo tiempo, las partes de nuestro cerebro pendientes de nuestro sentidos espacial y temporal se vuelven menos activas. Es cuando perdemos la sensación del “yo”.

Para los no creyentes, quienes al fin y al cabo creen en que no creen, ha de ser terrible el solo hecho de pensar que nacemos y que al morir solamente nos enfrentamo­s a un vacío total, a una oscuridad eterna. Al no tener consecuenc­ias el bien y el mal, ¿tenemos entonces rienda suelta para hacer lo que nos plazca? Ha de ser difícil vivir sin una esperanza y más aún, vivir sin una fe que nos auxilie en los momentos difíciles de los cuales ningún mortal escapamos.

No, estar en el cielo no estar cobijados por la 4T, cualquier venezolano y cada vez más mexicanos nos lo pueden comprobar. No, la 4T no es ninguna esperanza.

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