Toma la oportunidad y, junto a ella, el reto
Ser la primera joven rarámuri que busca una Regiduría en Chihuahua tiene privilegios, pero también responsabilidades
Graciela Rojas Carrillo, más cariñosamente conocida por sus allegados como Chelita, ha sido noticia en los últimos días por ser la primera joven de la etnia rarámuri que integra una planilla de regidores de un candidato a alcalde en Chihuahua, en este caso, de Marco Bonilla. Pero ella misma lo confiesa: “la política no le gustaba en absoluto”.
Nada para extrañarse. Después de todo, argumentos los tenía: una personalidad muy ecléctica, en el sentido de que puede adaptarse a lo que sea sin “casarse” con ello. Si se quiere, su origen tan lejano al municipio por el cual contiende y, desde luego, su juventud. ¿Cuántos ciudadanos de 24 años se interesan realmente en cuestiones de política?
“Pero luego vi (en la propuesta que le hizo el candidato de Acción Nacional a la Alcaldía) una inmejorable oportunidad de ayudar” a la que ella considera ‘su gente’, pues aunque nacida en Urique pero radicada en Chihuahua por cuestiones de estudio, se considera orgullosa de su origen.
SUFRIÓ DISCRIMINACIÓN
Chelita es beneficiaria de las determinaciones del Instituto Estatal Electoral para el proceso 2020-2021, donde se exige la presencia indígena en la postulación de candidaturas, sobre todo en los municipios con un alto porcentaje de habitantes de pueblos originarios.
Ella no se compromete. A pregunta expresa de que si esta determinación se tardó o si debería ser iniciativa “de cajón” de cada partido y no una obligación, dice que lo importante es aprovechar el hito y promete desempeñarse lo mejor que pueda… haciéndole cada vez menos caras de fuchi a los asuntos concernientes a la política.
Porque si de esas caras se trata, o de la discriminación con todas sus letras, no tiene empacho en decir que la sufrió… a manos de una minoría. “En la (escuela) éramos muchos más los niños rarámuri… pero había un grupito de tres que no nos quería”, evoca con la sonrisa de quien cuenta una anécdota.
“Yo me preguntaba cómo era posible que pasara eso, si no sólo eran tres, sino hijos de los profesores o maestras que nos daban clases, es decir, no me cabía en la cabeza que sus papás tenían trabajo por nosotros, pero se burlaban de nosotros”, añade con una sonrisa de nostalgia.
Para Chelita todo eso quedó en la anécdota. Celebra que los tiempos han cambiado hacia un horizonte, si no de justicia y equidad, cuando menos de lo considerado como políticamente correcto.
CHIHUAHUENSE POR CONVICCIÓN
Nacida en un lugar denominado Mesa de Arturo, en Urique, Chelita es la penúltima de siete hermanos de una familia predominantemente agricultora. Incluso, ella le sabe a eso de bolear la tierra, y aunque tuvo, junto a su hermano menor, el privilegio de ser enviada a estudiar a la capital, echa de menos su tierra natal.
“Todo”, contesta cuando se le pregunta qué es lo que extraña de Mesa. Aquellas charlas de tarde con su mamá, los juegos con sus hermanos, los irrepetibles paisajes, la naturaleza… quizá por eso se inclinó por estudiar Ecología en la Facultad de Zootecnia de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
“Creo que si existiera una universidad a la vuelta de mi casa allá en Urique, jamás me habría despegado de allá”, aclara, pero también contrasta. “También en ese renglón hay mucho trabajo… que haya espacios educativos al alcance de todos”.
No cree, sin embargo, que sea cosa del destino el que ella esté en esta ciudad y no en su tierra natal. “Únicamente aproveché la oportunidad que las circunstancias de mi vida me presentaron”, define.
Porque tampoco es que le disguste Chihuahua. Por lo contrario, es un lugar que le encanta aunque confiesa sin cortapisas que no es muy salidora y que, de hecho, ha salido más ahora en los recorridos de campaña que en su faceta como estudiante, aunque la pandemia la justifica un poco en ese sentido.
ALGUNAS PROPUESTAS
A su memoria viene el día en que fue con Bonilla al asentamiento tarahumara Ladrilleras Norte. “Es triste ver cómo carecen de servicios básicos como agua y drenaje. Es un lugar tan retirado de la mancha urbana que ni hablar de pavimento… ni siquiera de una brecha por la cual transite un camión (de transporte público)”, dice impresionada.
“El asentamiento está tan apartado de la ciudad, que nosotros en camioneta hicimos diez minutos para llegar a él. Hay que imaginarse a sus habitantes, que todos los días deben hacer ese recorrido a pie”, añade a su anterior experiencia.
Entre otros aspectos comentó que se debe atender el tema de las adicciones en los asentamientos e ir más allá. “Erradicar esa problemática”, afirma, tajante, al mismo tiempo que complementa esa propuesta con la promoción de una vida saludable para los jóvenes a través del deporte, añadiendo que a ella le gusta el basquetbol. Claro, practicarlo nada más, porque, fiel a su esencia como ser humano, no se declara fan de un equipo o jugador profesional en lo particular.
Estas son algunas de las propuestas que saltan “a botepronto” en su charla. Asegura que tiene más ideas, pero sobre todo, confianza en el hombre que le dio la oportunidad que, reitera, no desaprovechará.