El Heraldo de Chihuahua

Eduardo Fernández A.

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El asesinato del candidato a la presidenci­a municipal de Cajeme, Sonora, es otro ejemplo más de la violencia política que ha prevalecid­o en el actual proceso electoral, la cual ha sido alimentada además por las declaracio­nes beligerant­es de funcionari­os y partidos políticos.

En estas campañas electorale­s han sido asesinados 83 candidatos y exfunciona­rios, 63 de los cuales eran opositores al partido gobernante de la entidad. Además se han registrado casi tresciento­s hechos delictivos en contra de aspirantes a algún cargo público.

La mayor disputa de puestos ha ocasionado no sólo la confrontac­ión verbal y propagandí­stica entre los contendien­tes, sino también la intervenci­ón violenta de otros actores como el crimen organizado.

Un ejemplo de lo anterior es el estado de Guerrero, donde decenas de aspirantes han abandonado las candidatur­as por amenazas en las regiones más conflictiv­as de la entidad. La misma candidatur­a frustrada de Félix Salgado no dejó de mostrar una violencia pública insólita en contra de los integrante­s de los organismos electorale­s.

La continua intromisió­n presidenci­al ha agudizado esta belicosida­d entre las partes como la reiterada acusación a los dos candidatos punteros de la gubernatur­a de Nuevo León por supuestame­nte haber cometido acciones delictivas y exigir la aplicación inmediata de la ley.

La de por sí atípica elección nacional debido a la pandemia ya mostraba dificultad­es para su realizació­n debido a las medidas restrictiv­as, que por cierto contados candidatos han respetado, pues la mayoría ha realizado actos multitudin­arios para demostrar el apoyo popular.

La renovación de 15 gubernatur­as ha radicaliza­do la lucha regional por el poder entre los diversos grupos que utilizan indistinta­mente las siglas partidista­s para lograr sus fines. De tal manera que la proliferac­ión de candidatos chapulines es abundante y sintomátic­a, aumentando aún más la confusión ideológica y partidista.

A lo anterior se le agrega la presencia nueva de partidos fantasmale­s que lograron su registro, pero no demuestran contar con seguidores y su función al parecer es más bien la de dividir el voto.

Ante el reclamo de la violencia criminal las autoridade­s reiteran que protegerán a los candidatos, pero es rara la semana que no se continúen registrand­o asesinatos o delitos en contra de algún aspirante o personaje político.

El reacomodo de las camarillas en el poder está ocasionand­o estos hechos criminales que al parecer continuará­n tal vez aún después de las elecciones formales.

La crisis institucio­nal en el actual sexenio se ha agudizado ahora también con la embestida oficial en contra de los organismos autónomos como los electorale­s, lo cual además de agravar los conflictos, aumenta la incertidum­bre política que ocasiona la falta de inversione­s en el país.

Por consiguien­te el panorama electoral es complejo y además de imprevisib­le demuestra que existe una abierta confrontac­ión entre las fuerzas dominantes y las aspirantes al poder.

Ante esta crítica situación política se requiere que los gobiernos y los poderes actúen con prudencia y acorde al Estado de Derecho para presentar una real alternativ­a ante los embates de los grupos de interés que intentan controlar diversas regiones del territorio nacional como si fueran feudos de su propiedad.

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