El Heraldo de Chihuahua

Dos clases de personas

- Mario Góngora Hernández

Existen dos clases de hombres: los capaces y los incapaces. Los fuertes y los débiles. La diferencia entre los dos es que los capaces, a fuerza de tener paciencia y práctica, cambian sus razones, sus motivos, sus gustos y sus pasiones a voluntad, mientras que los débiles e incapaces son impotentes para resistir los impulsos interiores que producen sus acciones.

Pocas cosas más importante­s en el mundo como ser capaces de destruir en uno mismo una inclinació­n negativa y hasta delincuenc­ial, y crear otra de llevarnos por el camino del bien. Y el secreto es sencillo y sólo tenemos que tener la disposició­n de hacer lo que tenemos que hacer. Consiste en que con repetir una acción, se puede gradualmen­te inducir el deseo de repetirla, y que rechazando un deseo con constancia, se llega al punto de llegar a eliminarlo. El creer y practicar esto es la llave de una sociedad estable.

Con los conocimien­tos actuales, el hombre puede hacer ahora consigo mismo y con su vida, mucho más que lo que podía hacer en el pasado. Ahora puede desplegar y mostrar mayor habilidad, energía y valor que sus antepasado­s. El hombre es lo que piensa, y esto ya muchos lo saben. De modo que puede cambiarse a sí mismo, cambiar su vida y aún las circunstan­cias que parecen adversas, con sólo cambiar sus pensamient­os.

Si bien, por definición “la modestia es la actitud tendente a moderar y templar las acciones externas; implica contenerse en ciertos límites, de acuerdo con las convenienc­ias sociales o personales. También es la cualidad de humilde, de falta de vanidad o de engreimien­to.

También la modestia es una Cualidad del carácter de una persona que le hace restar importanci­a a sus propias virtudes y logros y reconocer sus defectos y errores: la modestia es una gran virtud”.

Y en verdad, la modestia es una gran virtud, pero la experienci­a nos demuestra que si nos sentamos a esperar nuestro turno dentro de la competenci­a mundial, nuestro turno será siempre usurpado por otros y nuestro turno nunca llegará. Y aquí es donde debemos mantener un balance con las posibilida­des de caer en la vanidad, la que se define como “la creencia excesiva en las habilidade­s propias o la atracción causada hacia los demás. Es un tipo de arrogancia, engreimien­to, una expresión exagerada de la soberbia...”.

Estamos en una etapa en la historia en que lo que hace verdaderam­ente grande a una persona son sus cualidades, no sus conocimien­tos. Para el hombre que se basta a sí mismo, todas las puertas se encuentran abiertas y todos los honores le son ofrecidos, porque a diferencia de los políticos, no los necesita.

La riqueza de la personalid­ad es acumulativ­a, sin embargo, después de ganarla, hay que conservarl­a. La desconfian­za en uno mismo es quizá, la causa de la mayor parte de los fracasos.

Para el hombre capaz y fuerte, las opiniones de los demás no importan. La barrera principal para el progreso individual es la falta de confianza en uno mismo; es lo que nos lleva al fracaso.

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