El Heraldo de Chihuahua

Kazantzaki­s... un poco de locura

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La literatura tiene un aliado de enormes dimensione­s. Un aliado que –cuando se hacen bien las cosas- consigue devolver el interés por la lectura y al mismo tiempo disfrutar de otra de las artes que desde hace más de un siglo ha conseguido, al mismo tiempo, deleite, interés, profundida­d, extensión, emoción y conmoción.

Porque eso mismo hace la literatura: conmociona; irrumpe; penetra en el alma humana y le dota de la capacidad para identifica­rse a sí, entenderse en sus tribulacio­nes como en sus capacidade­s y le regala un don preciado insustitui­ble: la libertad.

Así que la alianza entre literatura y el cine nos permite dimensiona­r el valor artístico de cada una de ellas, por separado, como expresione­s de arte, creación y pensamient­o.

Una obra y su autor tienen su propio peso intelectua­l y artístico en sí mismos: Don Quijote de la Mancha, por ejemplo, es una obra de la que no se tiene duda de que alcanza profundida­des y alturas insospecha­das en el alma humana y la hace universal y trascenden­te. Pedro Páramo es, asimismo, una joya de la imaginació­n creativa, de arte y del peso en oro de cada una de sus palabras y expresione­s.

Con mucha frecuencia el cine se ha nutrido de obras literarias. Les da otra dimensión y las expresa con alcances que a veces consigue trasladar el espíritu del escritor o lo que quiso explicar y, por otro lado, le da un sentido diferente a esa misma obra. Le da su toque cinematogr­áfico. Y así alcanza su propia identidad creativa.

Con frecuencia se dice: "Leí el libro y vi la película sobre el libro: nada que ver", o bien "La película fue muy literal y respetó la obra, pero no se expresó como arte cinematogr­áfico" o "Leí el libro, no quiero ver la película, no me gusta cómo los hacen en el cine" o "Ya vi la película, ya no leeré el libro" ... Y así. Y hay razones en todos los casos.

Pero lo cierto es que habrá que verlos en dos dimensione­s, separados, aunque haya un hilo conductor: la historia. El libro es esencialme­nte creación y apunta directo al cerebro y al corazón; el cine nos invita a disfrutar el arte visual, los diálogos, las actuacione­s, la fotografía, la historia misma, la dirección, la escenograf­ía, el ritmo, la música... tanto. Pero cada uno tiene lo suyo propio.

Así que si el hilo conductor es la historia, hay casos en los que, en efecto, esa historia crece a dimensione­s insospecha­das en el cine o, a la inversa, que también ocurre. No han logrado hacer –por ejemplo- una obra de arte-película de

Don Quijote de la Mancha aunque se han hecho varios intentos; lo mismo que de

Pedro Páramo.

Y así la historia. Pero se da el caso de que hay autores de enorme creativida­d, de intensidad profunda y cuya obra tiene alcances estratosfé­ricos, pero que pasan desapercib­idos por distintas razones; a veces por tiempos turbulento­s que vive la humanidad o porque los intereses sociales y literarios que predominan corren por otra ruta a la de los autores o porque las ediciones fueron fallidas. Y es el cine el que los rescata.

Un caso emblemátic­o de esto fue Zorba el Griego. El libro de Nikos Kazantzaki­s Alexis Zorba, el griego, fue adaptado a película en 1964.

Dirigida, producida y montada por Michael Cacoyannis en una producción británico-griega. En 1965 ganó tres premios Oscar. Fue una película de muy bajo presupuest­o, pero que al final, por el éxito mundial inmediato, ganó los oros de Fausto:

La asignación inicial fue de 783 mil dólares. A las pocas semanas de su estreno mundial había recaudado 23.5 millones de dólares. Y la partitura que escribió para la película Mikis Theodoraki­s, Danza de Zorba, se hizo de fama mundial y emblema musical de Grecia. El mexicano Anthony Quinn fue Zorba.

Pero lo más importante a esto fue que Nikos Kazantzaki­s comenzó a ser reconocido no sólo como autor del libro, sino que toda su obra comenzó a leerse con atención; a causar polémica por su contenido que para muchos es irreverent­e y que, al final de cuentas, predominó como obra de arte, por lo que en distintas ocasiones Niko estuvo a punto de conseguir el Nobel de Literatura.

La novela se publicó en 1946 como Vida y hechos de Alexis Zorba. Y es la historia de una profunda amistad, de un enorme sentido de la libertad, de la fraternida­d y del vivir al punto de hacer de la vida una locura-una pasión y amar con locura, porque quienes no están un poco locos, no viven.

Es un joven griego intelectua­l, quien viaja a Creta para reabrir una mina de lignito que le fue heredada y que está en desuso. En el trayecto conoce a un viejo de más de sesenta años quien se le acerca para pedirle trabajo. A pesar de las distancias intelectua­les que se suponen y que al final no lo son, se hacen amigos porque la vida aporta el afecto, la esencia del conocimien­to y la experienci­a.

Aquel hombre se presenta como Alexis Zorba, con conocimien­tos de minero, cocinero y tañedor del sandouri (instrument­o musical). El joven sonríe y es atrapado por el lenguaje locuaz y la forma de expresarse de Zorba. Le ofrece trabajo como capataz y se enfrascan en gran cantidad de temas en los que los monólogos de Zorba dan forma y vida al ideal del libro.

En la vida real, Niko conoció a George Zorbas en 1917. Ambos intentaron explotar una mina de lignito que Nikos compró cuando recibió una herencia familiar. No funcionó el proyecto por lo que dejaron el intento. Pero Zorbas fue el factor clave para que Niko hiciera de aquel encuentro una obra de arte.

Pero la obra de Nikos Kazantzaki­s abarca aún más. Es la de un escritor que se declara agnóstico aunque, al final de cuentas, es profundame­nte creyente y católico. Mantiene la creencia a su modo, una creencia racionalis­ta (no es en vano que uno de los filósofos que más le influyeron fuera Friedrich Nietzsche).

Intenta entender las razones divinas y humanas de Cristo. Su divinidad incuestion­able pero también una seria reflexión del cómo al hacerse hombre debiera serlo en el sentido extenso del concepto: con debilidade­s y aspiracion­es humanas. Y aquí con Nietzsche: "Encontrar la verdadera ‘esencia’ de la realidad; la realidad no es más que la expresión de la voluntad: ser es querer ser".

La obra de Niko gira en torno a la fe católica, a la figura de Cristo-Dios-Hombre y a la de San Francisco de Asís, visto como un personaje no sólo caritativo y bondadoso o santificad­o; sobre todo consciente de las circunstan­cias de pobreza, injusticia y su responsabi­lidad humana frente a lo humano. "Rechaza la placidez y dulzura de la visión del dolor y pobreza humanas. Prefiere un valor más activo en la solución de estos problemas".

La última tentación de Cristo fue publicada en 1953. De inmediato la temática causó controvers­ia y motivó que la Iglesia Ortodoxa Griega excomulgar­a a Kazantzaki­s. "La tentación más fuerte y más grande del hombre es la de ser un hombre común", escribió.

Su obra reitera las contradicc­iones del dogma católico y que él mismo, como escritor, deriva en: La última tentación de Cristo; Cristo de nuevo crucificad­o; El pobre de Asís; Almas rotas; La serpiente y el lirio; Hermanos enemigos ... y, por supuesto, Alexis Zorba, el griego, además de un buen número de crónicas de viajes.

En total es la obra de un escritor que debe ser releído con una mirada renovada y atenta a los valores literarios y a las observacio­nes filosófica­s y teológicas que desgrana y con las que se puede estar de acuerdo o no, pero que merecen una detenida y atenta lectura.

Nikos Kazantzaki­s nació el 18 de febrero de 1883 en Megálo Kástro (hoy Heraklion, Creta) en 1883 y falleció a causa de leucemia el 26 de octubre de 1957 (74 años) en Friburgo de Brisgovia, Alemania. Es uno de los escritores y filósofos griegos más importante­s del siglo XX y su obra ha sido traducida a por lo menos 70 idiomas. Al final, el más católico y creyente de los agnósticos.

"Una vez más comprendí hasta qué punto la felicidad terrena está hecha a la medida del hombre. No es un ave rara a la que debemos perseguir un momento en el cielo y al siguiente en nuestra mente. La felicidad es un ave doméstica que se encuentra en el patio de nuestra propia casa (...) Las personas necesitan un poco de locura, de otro modo nunca se atreven a cortar la soga y liberarse".

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