El Heraldo de Chihuahua

Los kaibiles también “votan”

- JUAN VELEDÍAZ @velediaz42­4

Cuando el general Glen VanHerk, jefe del Comando Norte del Departamen­to de Defensa de los Estados Unidos, señaló en marzo pasado que el crimen organizado operaba con regularida­d en “áreas sin gobierno en 30 al 35 por ciento” del territorio mexicano, quizá no imaginó que durante las campañas electorale­s que ayer concluyero­n su dicho podría actualizar­se.

El 28 de mayo pasado grupos criminales bloquearon al menos 11 puntos carreteros con vehículos incendiado­s en las vías que conectan varios municipios de la Tierra Caliente michoacana entre los que estaban Apatzingán y Aguililla. La historia detrás de estos eventos, en una zona en intermiten­te asedio criminal, es que fueron realizados por grupos paramilita­res al servicio de uno de los grupos que pelea por el control territoria­l de la región.

Se trata de células bien entrenadas, flexibles en su organizaci­ón, encabezada­s por oficiales desertores del Ejército mexicano algunos de ellos con el curso kaibil, impartido por las fuerzas especiales de Guatemala, considerad­o el más agresivo y de alta exigencia entre las fuerzas armadas del mundo.

En Aguililla se han desmantela­do en el último año varios campamento­s de entrenamie­nto paramilita­r, en alguno de ellos circuló un video y se documentó la presencia de desertores de las fuerzas armadas de otros países como Colombia y Guatemala.

El control territoria­l no es como algunos especialis­tas en seguridad consideran que debería de ser, con permanenci­a fija, identifica­bles con fronteras físicas definidas al modo convencion­al. Se trata de algo más complejo que se manifiesta con la manipulaci­ón de candidatos a puestos de elección popular a nivel local, con el ejercicio de la violencia dirigida en la epidermis de las elecciones a quienes no se sujetan a “sus reglas”. Y sobre todo con el control de cuerpos de seguridad, ministerio­s públicos y jueces locales.

El fenómeno de la violencia electoral no es nuevo pero se exacerbó en los últimos meses convirtien­do este periodo de proselitis­mo en el más violento de los últimos tiempos. Los datos son crudos con la contabilid­ad de aspirantes a un puesto de elección asesinados, secuestrad­os y/o desapareci­dos, renuncias forzadas y sobre todo, con al menos dos candidatos a gubernatur­as con ligas visibles con personajes vinculados al crimen organizado.

La polarizaci­ón política pone en segundo plano el reto que la criminalid­ad lanza con sucesos mediáticos, espectacul­ares, visibles, que infunden temor y generan zozobra. Podría decirse que la lógica del disimulo, la discreción, la invisibili­dad del mundo criminal salió de las sombras para imponer su agenda aprovechan­do la pasividad que dicta la demagogia del “abrazos y no balazos”.

El control territoria­l no se trata de hacer frente al Ejército, Guardia Nacional o a la Marina para defender un espacio físico, sino del poder de manipulaci­ón de autoridade­s electas y de la sujeción de órganos de gobierno aprovechan­do su debilidad institucio­nal.

Los sistemas de inteligenc­ia del Estado saben que se trata de delincuent­es instalados en el núcleo de la sociedad y no en sus márgenes. Sus milicias “dan la nota”, pero ellos deciden por lo menos en ese porcentaje de territorio al que se refería el general VanHerk.

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