Javier Bernabé Fraguas
La vacunación
está siendo el arma más eficiente en la lucha contra el Covid-19 en todo el mundo: se reduce el número de muertes y de ingresos en las unidades de cuidados intensivos, y en el caso de contraer la enfermedad la mayoría de las personas vacunadas manifiestan síntomas leves. Pero si la vacunación sólo se pone en marcha de manera masiva en los países más desarrollados, nunca se logrará una inmunidad suficiente a nivel internacional. Esta es una de esas ocasiones en las que todos los países y regiones estamos interconectados. Por lo tanto, no es suficiente que Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Japón, Corea del Sur o Australia, sólo por poner algunos ejemplos, logren su inmunidad de rebaño. El rebaño es mucho más grande.
Para lograr esa inmunidad global hay dos caminos que se están recorriendo. El primero es la donación de vacunas a los países que no tienen capacidad de compra suficiente y las necesitan, junto al apoyo para que incrementen tanto su logística para poder inocular las dosis, como el personal necesario para hacerlo. El segundo tiene que ver con las patentes de las vacunas que hay, y las que vendrán, porque la solución a largo plazo no puede consistir en donaciones, y profundizaré en él en mi siguiente análisis de este mes.
Esa primera vía es la que trataré en este análisis. Ya se está poniendo en marcha, pero no debemos quedarnos solamente con las cifras. Por ejemplo, España donará 7.5 millones de dosis a América Latina, pero esta iniciativa deberá ir acompañada de una atención especial a varios puntos: que estas vacunas no caduquen durante el proceso, que los protocolos de transporte se cumplan (ya que algunas marcas necesitan una cadena de frío que obliga a tener más cuidado), y saber qué organismo se va a hacer cargo de recogerlas al llegar a su país y si necesita ayuda para ello. Sin todos esos matices, la donación por sí misma no vale para nada.
Esto es tan importante porque ya ha habido casos de negligencia en algunas donaciones por parte del donante; Sudán del Sur, Malaui o Jamaica han tenido que destruir dosis porque les llegaron caducadas o con tan poco tiempo antes de que caducaran que les fue imposible utilizarlas por falta de personal sanitario suficiente.
Además, que países como Arabia Saudí done dosis a Paraguay, o que Israel tuviera intenciones de donar a Honduras y Guatemala, como poco deben hacernos reflexionar desde un espacio ético. Las donaciones se están utilizando como herramienta política, aprovechar la necesidad para sacar beneficio (aunque sea político y a mediolargo plazo) como poco debería hacer saltar las alarmas éticas. Por otro lado, que las donaciones salgan de países o regiones que han acaparado las compras de las vacunas, influyendo por lo tanto en ese mercado de manera directa, y haciendo más difícil una compra a precios asequibles a países con menos niveles de ingresos y de desarrollo económico, indudablemente ensombrece esas donaciones. No es exceso de crítica, es afrontar una injusticia global que necesita corregirse.