El Heraldo de Chihuahua

Dos versiones de un río

- POR LUIS FERNANDO RANGEL Jefe de Unidad Editorial FFyL

Un chiste popular recoge con gran humor una sentencia del filósofo griego Heráclito: un hombre lleva de vacaciones a su esposa siempre al mismo lugar —un río— y ella, pese a lo hermoso del paisaje, le reclama que siempre vayan allí, a lo que el hombre responde enfurecido que no se trata del mismo río, pues el agua que ahora lo recorre no es la misma que la vez anterior que acudieron. Una carcajada se ahoga en el agua y nos abre el camino para pensar en las posibilida­des de la vida.

Este chiste se basa en la sentencia que Platón recogió en el “Crátilo”, uno de sus Diálogos más famosos. Ahora imaginemos que un día un hombre entra a bañarse a un río y un par de años después regresa para sumergirse de nuevo en el agua. ¿Qué cosas han cambiado desde entonces? Para Heráclito todo habrá cambiado. No se tratará del mismo hombre ni del mismo río: los dos han sufrido transforma­ciones que necesariam­ente los vuelven diferentes. No se entra en el mismo río dos veces. No se es la misma persona siempre. Por eso pensemos en cómo el agua corre por el mundo. El río fluye y aunque el cauce sea el mismo, el agua no lo es.

Ahora imaginemos que el agua corre arrastrand­o nuestras ideas y nuestra vida: el cauce será el orden y el río fluirá adaptándos­e a esa forma. De esta manera podríamos condensar gran parte del pensamient­o de Heráclito en apenas una par de palabras: todo fluye, nada permanece.

Abriendo una pauta para hablar acerca de los puentes que se tienden entre la filosofía y la literatura, mencionemo­s los ríos que coinciden en el mar. Tras la muerte de su padre, el poeta Jorge Manrique escribió una de las obras más importante­s de la literatura universal.

En las Coplas dedicadas a su padre, Manrique advierte que:

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir.

De esta manera, Manrique explica el fluir de la vida en un tránsito por un mundo donde las cosas están establecid­as, regidas por el orden. Y donde, indudablem­ente, tendremos que morir.

Muchísimos años después, el gran poeta de la Ciudad de México Efraín Huerta parafraseó el poema de Manrique haciéndono­s reflexiona­r en cuanto a los motores que rigen la vida.

Con su poema “Manriquene­ana” reparamos en la condición erótica y amorosa de la vida, contraponi­éndola a la muerte al decirnos que:

Nuestras Vidas Son los Ríos Que van A dar Al Amar Que es El vivir.

De esta manera se hacen presentes Eros y Thanatos, dos niños jugando con barcos de papel en el río de la vida y arrojando, de vez en cuando, una pequeña piedra que salpica nuestro rostro cuando lloramos. Ya lo había advertido Gorostiza cuando dijo que al tener ganas de llorar, el mar las suplía. Con ello se nos muestra el fluir de la vida que terminará siempre en el mismo lugar: una inmensidad que se desconoce.

Y es que sin duda el río es la perfecta metáfora de la vida. Todos llegaremos al mar de la muerte, donde un barquero nos estará esperando para llevarnos a la orilla del mundo.

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