Miguel Ángel Sosa
Hoy sabemos que la polarización generada y promovida desde el poder tiene consecuencias graves, las cuales se traducen en una honda división que pasa de lo político a lo social.
La jornada electoral de este domingo es muestra fehaciente de ello, atestiguamos no solo enconos ajenos, endosados a la ciudadanía, sino la turbia operación electoral del Estado, que en México parecía haber quedado atrás. Más allá de los "ganadores" que serán oficializados por el INE y que, en muchos casos, tendrán que pasar por la báscula del Tribunal Electoral, el mal sabor de boca para los ciudadanos tardará mucho en pasar.
Si a ello sumamos el temor que generó el riesgo de contagio en los centros de votación, el resultado de la afluencia en las urnas a nadie debe sorprender. En ese sentido, el abstencionismo tuvo de su lado al hartazgo propiciado por largas filas que se expandían frente a las casillas, debido a la puesta en marcha de los protocolos de sana distancia. En medio de los altibajos de la política mexicana, nadie puede dudar que el marketing digital llegó para quedarse. A pesar de su arribo tardío, si se compara con otras naciones, en México las campañas a través de redes sociales se convirtieron en un referente durante el proceso electoral 2021.
La democracia mexicana, que a veces no sabe si retrocede o cae de rodillas, se enfrentó este año, en las urnas, al caudillismo político que creímos haber superado. Las trampas y mapacherías fueron constantes, lo mismo en ciudades que en poblados rurales; compra de votos, uso ilegal de padrones, robo de urnas, acarreos e intimidación de votantes, todas, fueron noticia una vez más.
Muchas cosas han cambiado en el país desde la conformación de instituciones democráticas y autónomas, otras, no tanto. Años de triunfos ciudadanos se han visto amenazados por el poder, por una sola voz que, sin importar qué tan fuerte grite, no representa a la población en su conjunto.