La necromedicina: la respuesta de la medicina crítica ante la pandemia
Una pregunta clave que emergió en este escenario pandémico para los estudiosos fue la posible repercusión o respuesta de la filosofía, y ha sido la bioética la que salió al quite porque lo que estaba y está aún en juego es la vida, su valor, en contra de las antítesis emergentes. Desde aquí, analicemos la violencia estructural o sistémica que precedió al Covid-19 y que sin embargo, se pronuncia desde el Estado en multiplicidad de campos, pues éste es quien administra la “vida-buena” o decide anularla dependiendo de su axiomática.
En la pandemia, un análisis bioético y biopolítico sobre la valoración médica de la vida nos redirige a una exigencia axiológica de un Estado que desea que se regrese a vivir, es decir, nos reintroduce en el trabajo para no morir[se]. La muerte es igual a no tener posibilidades de realizar ni de realización, pues el fenecido no es útil -tradúzcase por el lenguaje médico de la falta de camillas y el rápido despojo del cuerpo-, esto pudiéndose ver en la tecnificación de la “Guía bioética de asignación de recursos de medicina crítica” de la Secretaría de Salud mexicana. En ésta se percibe una mayor valorización por las vidas juveniles para que los esfuerzos les sean dirigidos, siendo preferidas a la senilidad y a aquellas con discapacidad.
Bajo estas líneas podríamos hablar de una “necromedicina” como el reflejo de la necropolítica, la cual gestiona que unas vidas tengan valor y otras no: la gestión de la vida -lo “necro”-, no está comprometida de la misma forma con todas las vidas. Incluso cuando se está enfermo las palabras de consuelo redirigen a un deseo porque se regrese a vivir, a funcionar, al trabajo; desde aquí es aborrecible pensar que esta estructura violenta es “equitativa” si pone en balanza la dignidad o el valor (como productor, revestido de lo económico) de la vida humana. Luego, la violencia sistémica capitaliza la violencia que regula el funcionamiento y la protección inmediata de un grupo (Estado) dependiendo de sus intereses. Deja tras de sí marginados y se supedita a ellos, los oprime o gestiona para que el mismo sistema se conserve.
Aquí, la marginación provoca que la muerte no sea democrática, pues el coronavirus ha expuesto que la vulnerabilidad y mortalidad dependen del estatus socialpolítico-económico, motivo por el cual la pandemia no es sólo un problema médico y si nos atrevemos, podría leerse desde la eugenesia social. Los problemas internos o estructurales conllevan más muertes, es así que la pandemia posiblemente no hace más violencias, pero demuestra que éstas afloran en la discriminación que las construcciones humanas. El meollo es que no se asume la vulnerabilidad de los muchos que caen en la paradoja de vida o muerte por el alimento, en salir al trabajo para sobrevivir o no salir para sobrevivir.
Esa violencia provoca muertes, despidos, reestructuraciones en base a una excepción de la organización política que tiene lugar en una situación de desorden y conflictos, los cuales perturban el orden interno. Cuando se alza un Estado de excepción, los derechos de los residentes son suspendidos de forma total o parcial, esto porque la muerte es un dislocador. Las acciones sistémicas se basan en última instancia en el miedo a la muerte para acudir después a la supervivencia. El contrapoder y pánico de este estado es la propia muerte quizá por el tabú que significa, pues sólo ésta cuestiona al Estado por su unilateralidad necropolítica.
Lo anterior significa que la muerte expone a la condición humana y a sus construcciones como limitadas al momento de gestionar u ocultar la muerte: se revela que el poder es utilitario y por ello la medicina también al momento de seleccionar a unas vidas con más valor que a otras cuando escasean los recursos. La medicina puede encubrir el núcleo administrador que lo sostiene, pero aún está latente como en los últimos pies de página de la
Guía Biomédica mencionada anteriormente. Es así que la suspensión de ciertos derechos o dignidad humana lleva a la situación límite que lo social aceptó latentemente en la forma de sociedad de la supervivencia: “Sacrifiquemos a…”.
En esta histeria y miedo colectivo se practica “la barbarie de la supervivencia” y los sistemas -tanto políticos, médicos, sociales- se vuelven hacia ella, provocando la violencia pronunciada en la pandemia. El peligro es que se erosione el sentido de la buena vida y el objetivo humanizante original de la bioética. En adelante, habremos de articular lo político y médico desde una ética democrática y humanitaria: la vida no es un “objeto” en el mundo que pueda tener un valor más allá de ella misma como principio primero. Cuidemos pues la diferenciación subjetiva que pondera a la vida objetivizada para que los ejes estructurales no sean su reflejo.