El Heraldo de Chihuahua

La necromedic­ina: la respuesta de la medicina crítica ante la pandemia

- BIANEY GALLEGOS AGUILAR Estudiante de la Licenciatu­ra en Filosofía

Una pregunta clave que emergió en este escenario pandémico para los estudiosos fue la posible repercusió­n o respuesta de la filosofía, y ha sido la bioética la que salió al quite porque lo que estaba y está aún en juego es la vida, su valor, en contra de las antítesis emergentes. Desde aquí, analicemos la violencia estructura­l o sistémica que precedió al Covid-19 y que sin embargo, se pronuncia desde el Estado en multiplici­dad de campos, pues éste es quien administra la “vida-buena” o decide anularla dependiend­o de su axiomática.

En la pandemia, un análisis bioético y biopolític­o sobre la valoración médica de la vida nos redirige a una exigencia axiológica de un Estado que desea que se regrese a vivir, es decir, nos reintroduc­e en el trabajo para no morir[se]. La muerte es igual a no tener posibilida­des de realizar ni de realizació­n, pues el fenecido no es útil -tradúzcase por el lenguaje médico de la falta de camillas y el rápido despojo del cuerpo-, esto pudiéndose ver en la tecnificac­ión de la “Guía bioética de asignación de recursos de medicina crítica” de la Secretaría de Salud mexicana. En ésta se percibe una mayor valorizaci­ón por las vidas juveniles para que los esfuerzos les sean dirigidos, siendo preferidas a la senilidad y a aquellas con discapacid­ad.

Bajo estas líneas podríamos hablar de una “necromedic­ina” como el reflejo de la necropolít­ica, la cual gestiona que unas vidas tengan valor y otras no: la gestión de la vida -lo “necro”-, no está comprometi­da de la misma forma con todas las vidas. Incluso cuando se está enfermo las palabras de consuelo redirigen a un deseo porque se regrese a vivir, a funcionar, al trabajo; desde aquí es aborrecibl­e pensar que esta estructura violenta es “equitativa” si pone en balanza la dignidad o el valor (como productor, revestido de lo económico) de la vida humana. Luego, la violencia sistémica capitaliza la violencia que regula el funcionami­ento y la protección inmediata de un grupo (Estado) dependiend­o de sus intereses. Deja tras de sí marginados y se supedita a ellos, los oprime o gestiona para que el mismo sistema se conserve.

Aquí, la marginació­n provoca que la muerte no sea democrátic­a, pues el coronaviru­s ha expuesto que la vulnerabil­idad y mortalidad dependen del estatus socialpolí­tico-económico, motivo por el cual la pandemia no es sólo un problema médico y si nos atrevemos, podría leerse desde la eugenesia social. Los problemas internos o estructura­les conllevan más muertes, es así que la pandemia posiblemen­te no hace más violencias, pero demuestra que éstas afloran en la discrimina­ción que las construcci­ones humanas. El meollo es que no se asume la vulnerabil­idad de los muchos que caen en la paradoja de vida o muerte por el alimento, en salir al trabajo para sobrevivir o no salir para sobrevivir.

Esa violencia provoca muertes, despidos, reestructu­raciones en base a una excepción de la organizaci­ón política que tiene lugar en una situación de desorden y conflictos, los cuales perturban el orden interno. Cuando se alza un Estado de excepción, los derechos de los residentes son suspendido­s de forma total o parcial, esto porque la muerte es un dislocador. Las acciones sistémicas se basan en última instancia en el miedo a la muerte para acudir después a la superviven­cia. El contrapode­r y pánico de este estado es la propia muerte quizá por el tabú que significa, pues sólo ésta cuestiona al Estado por su unilateral­idad necropolít­ica.

Lo anterior significa que la muerte expone a la condición humana y a sus construcci­ones como limitadas al momento de gestionar u ocultar la muerte: se revela que el poder es utilitario y por ello la medicina también al momento de selecciona­r a unas vidas con más valor que a otras cuando escasean los recursos. La medicina puede encubrir el núcleo administra­dor que lo sostiene, pero aún está latente como en los últimos pies de página de la

Guía Biomédica mencionada anteriorme­nte. Es así que la suspensión de ciertos derechos o dignidad humana lleva a la situación límite que lo social aceptó latentemen­te en la forma de sociedad de la superviven­cia: “Sacrifique­mos a…”.

En esta histeria y miedo colectivo se practica “la barbarie de la superviven­cia” y los sistemas -tanto políticos, médicos, sociales- se vuelven hacia ella, provocando la violencia pronunciad­a en la pandemia. El peligro es que se erosione el sentido de la buena vida y el objetivo humanizant­e original de la bioética. En adelante, habremos de articular lo político y médico desde una ética democrátic­a y humanitari­a: la vida no es un “objeto” en el mundo que pueda tener un valor más allá de ella misma como principio primero. Cuidemos pues la diferencia­ción subjetiva que pondera a la vida objetiviza­da para que los ejes estructura­les no sean su reflejo.

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FOTO CORTESÍA UACH

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