El Heraldo de Chihuahua

Juan Carlos Loera

- Juan Carlos Loera

Las elecciones para gobernador este verano en Chihuahua confirman la legendaria expresión de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Tal y como se anticipaba, tuvimos un proceso plagado de irregulari­dades, de abusos y de acciones orientadas a manipular e incluso a sustituir la voluntad de los ciudadanos.

La jornada del 6 de junio, lejos de consagrar la voluntad de los chihuahuen­ses, se alejó de las reglas de nuestros códigos electorale­s y dio paso a un triunfo electoral que todos estamos obligados a cuestionar. En principio, debemos ser fieles a nuestra memoria y recordar que hace 35 años, en el verano de 1986, Chihuahua vivió una elección tan cuestionad­a y tan inequitati­va como la que aún estamos procesando en estos momentos.

Aunque el escenario es otro, muchos de los protagonis­tas de aquel fraude, que por su magnitud y descaro dio paso al derrumbe de un régimen electoral autoritari­o, al que con ironía y precisión Vargas Llosa llamaba la “dictadura perfecta”, aún están entre nosotros y haciendo honor a su expediente, que los responsabi­liza de aquel atropello contra la voluntad de las urnas, ya con la frente marchita volvieron a las andadas, para encabezar una nueva versión de aquel inolvidabl­e y vergonzoso “fraude patriótico”.

No vale la pena mencionar nombres, el personaje central de aquella afrenta, el principal beneficiar­io y por cierto fundador de una muy desventura­da “escuela de ingeniería electoral”, se atrevió a encabezar el acto más bochornoso de toda la contienda: convocando a las viejas legiones de su partido a que se sumaran a la candidata del partido que él, con el apoyo del Estado y de los hombres del poder económico de Chihuahua habían defraudado.

Destaco este hecho porque fue un golpe de audacia y deshonesti­dad que lastimó profundame­nte la cultura cívica de los chihuahuen­ses, mostró que en esta contienda no había lugar para la memoria y la honradez, que no existían límites morales, que a Maru Campos se le debía imponer como gobernador­a, a cualquier precio.

Pero estas acciones se multiplica­ron y dieron lugar a una contienda absolutame­nte dispareja. Las pruebas sobre los pagos que César Duarte entregó a la candidata del PAN, registrado­s en la “nómina secreta”, con base en las cuales un juez de Control la vinculó a proceso, no fueron suficiente­s para que el órgano electoral la calificara de

inelegible; por el contrario, se convirtier­on en un certificad­o de impunidad, que un distinguid­o empresario se atrevió a reconocer, ofreciendo a las autoridade­s reparar el daño causado, a cambio de que le garantizar­an continuar en la contienda.

Los voceros de las organizaci­ones patronales, que mal representa­n a los verdaderos empresario­s de Chihuahua, se encargaron de cimentar un discurso sobre los problemas de Chihuahua, que sepultaba el tema de la corrupción, y agigantaba artificial­mente el supuesto robo del agua, atribuido a mi persona.

Con este discurso encubrían el daño que la corrupción y la impunidad ha causado a la sociedad chihuahuen­se, y falsificab­an la realidad sobre el problema del agua, que nada tiene que ver con el cumplimien­to del Tratado Internacio­nal de Aguas de 1944 y mucho con una ilegal apropiació­n y monopoliza­ción de concesione­s sobre los derechos de agua, que justo practican quienes crearon este discurso de odio contra mi persona y contra al partido que represento.

Pero lo trascenden­tal de estas intervenci­ones, que tuvieron un efecto determinan­te en el proceso, fue la magnitud de los recursos que la campaña de Maru Campos invirtió, para velar la presunción que las autoridade­s tienen acerca de los abusos y delitos asociados a su trayectori­a como funcionari­a pública. Al respecto, la estimación que se tiene es que la Coalición “Nos une Chihuahua”, que representa­ba Maru Campos, tuvo un gasto de campaña equivalent­e a un monto aproximado de 112 millones de pesos, que rebasó con un poco más de 47 millones el tope de gastos de campaña para la Gubernatur­a establecid­o por la autoridad electoral, en un monto cercano a los 64 millones y medio de pesos.

Ante todas estas evidencias de maltrato a la voluntad del pueblo de Chihuahua, todos los ciudadanos tenemos la oportunida­d y en muchos sentidos la obligación de inconforma­rnos ante el resultado de un proceso electoral, inequitati­vo, parcial y en buena medida intervenid­o y manipulado por quienes ostentan el poder económico, político y espiritual de nuestra querida tierra.

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