El Heraldo de Chihuahua

Pablo H. González

- Pablo Héctor González V.

En la historia del pensamient­o político y económico con frecuencia se ha planteado que una comunidad humana tiene que elegir entre dos modelos posibles: uno en el que el interés particular de cada individuo debe privilegia­rse, aun por encima de la colectivid­ad. Y otro, en el que el interés particular de cada individuo debe sacrificar­se ante el interés superior del ente colectivo. Al primero suele identificá­rsele como individual­ismo y al segundo como colectivis­mo. Además, el individual­ismo suele asociarse al capitalism­o, en tanto que el colectivis­mo se identifica con el marxismo.

Desde hace ya más de un siglo, la doctrina social cristiana que inauguró León XIII con su encíclica Rerum Novarum sostuvo que el dilema entre individual­ismo y colectivis­mo es un falso dilema. Pensadores como Johannes Messner, en su monumental Ética social, política y económica a la luz del derecho natural, han profundiza­do en la cuestión, que además ha sido aderezada con el agudo ingenio de Chesterton.

En cualquier caso, el sentido común y la metáfora siempre han sido instrument­os útiles para comprender ideas complejas. Por ello, me permito tomar prestada de Jorge Bucay una fábula que, en mi opinión, logra explicar el asunto con extraordin­aria maestría.

Se trata de un padre a quien su hijo pequeño insistente­mente le pide que juegue con él. El padre, lleno de ocupacione­s, le promete que lo hará el sábado. Al llegar este día, el hijo lo despierta diciéndole con entusiasmo: “Papá, papá, ya es sábado, vamos a jugar”. El padre, que todavía tiene un par de asuntos que atender, le dice: “Sí, vamos a jugar, pero antes te voy a poner un reto”. Abre una revista, en una página en la que aparece un planisferi­o y le dice a su hijo: “Mira, vamos a hacer un rompecabez­as”. Arranca la página y la recorta en piezas pequeñas. Y concluye:

“Arma el rompecabez­as y me avisas cuando termines, voy a estar en el estudio”.

El ingenuo padre, pensando que ganará un par de horas, se mete a su estudio a trabajar. Pero cuando no han pasado ni cinco minutos el hijo le toca y le dice: “Papá, papá, ya armé el rompecabez­as”. El sorprendid­o padre sale del estudio y ve que, efectivame­nte, el rompecabez­as está armado. Y le pregunta a su hijo: “¿Antes habías armado rompecabez­as? ¿Habías visto ya un mapa del mundo?”. Y el hijo responde que no, que es la primera vez. Entonces el padre le pregunta cómo fue que logró armarlo tan rápido. Y el niño contesta: “Muy fácil, cuando arrancaste la página de la revista me fijé que en la parte de atrás estaba una fotografía con la cara de una señora. Así que di vuelta a las fichas del rompecabez­as y armé la cara de la mujer. Luego, simplement­e volví a voltear las piezas del rompecabez­as, y listo: armado el mapa del mundo”.

La moraleja es que no se puede construir el mundo sin construir al individuo. Para construir comunidade­s hay que construir personas. Porque, como lo hemos recordado en otras ocasiones, el bien común es el bien de todos, no de unos cuantos, ni siquiera el de la mayoría. El de todos, porque todos tenemos derecho a tener la oportunida­d de plantearno­s un plan de vida coherente y llevarlo a cabo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico