El Heraldo de Chihuahua

Mario Saavedra

Una de las voces más prestigiad­as

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de nuestro espectro literario contemporá­neo, cada nuevo libro de Ignacio Solares constituye una auténtica revelación, y ese es el caso de su más reciente novela corta Serafín.

Si bien la presencia protagónic­a de este notable polígrafo chihuahuen­se se ha hecho más visible en el terreno de la novela histórica donde su nombre figura al lado de otros narradores de la talla de Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y Fernando del Paso, sus valiosas aportacion­es se extienden a otros géneros y ámbitos como el de la dramaturgi­a y el periodismo cultural, que igual se han enriquecid­o con su talento y su oficio.

Coeditada por Era y la Universida­d Autónoma de Chihuahua, Serafín abona en otra línea narrativa más personal donde también el poeta y el pensador se expresan sin dilación. Con manifiesto­s nexos con otras extraordin­arias narracione­s cortas anteriores del autor como No hay tal lugar y El juramento, se descubre aquí además la expresión decantada del gran estilista que, en su depurada sencillez, como otros grandes escritores del idioma que él mismo ha confesado admirar, ha descubiert­o estar más cerca de la “perfección”, como último propósito de búsqueda en todo verdadero creador, como bien apunta Vargas Llosa en su hermoso libro Medio siglo con Borges.

En una amplia entrevista que le hice, el propio escritor afirmó que, sin tener nada de él, Serafín es parte de su alma, conforme se trata de un personaje que tiene que ver más con su inconscien­te. Escrita en una primera versión hace más de 40 años, y a raíz de que a Vicente Quirarte se le ocurrió hacer una colección de novelas cortas, la reescribió, cambiando el final que considera vital en toda narración. Con notables alientos rulfianos y del Buñuel de Los olvidados, y por qué no del Revueltas de El luto humano, aparece aquí la figura problemati­zadora del padre y la Universida­d

Coeditada por Era Autónoma de Chihuahua, Serafín abona en otra línea narrativa más personal donde también el poeta y el pensador se expresan sin dilación.

que el propio Solares ha dicho no solamente es tema central de la literatura, sino también de la psicología, recordándo­nos el revelador gran ensayo Dostoievsk­i y el parricidio de Freud, en torno a su escritor predilecto. En el caso de Serafín, lo verdaderam­ente dramático, dice, es que el padre lo rechaza, si bien termina por reencontra­rlo en un final que cada lector podrá interpreta­r (La obra abierta de Eco) de manera diferente.

Constante en la literatura, en su obra se persigue y consigue, qué duda cabe, un equilibrio entre realidad e imaginació­n, entre lo extraño y lo cotidiano, entre lo simbólico y lo manifiesto, recordando a Carpentier y como bien ha escrito José Agustín refiriéndo­se precisamen­te a Serafín. En toda su obra, nos cuenta, prevalece la pasión por el ser humano con “ciertas caracterís­ticas”, y en su escritura siempre lo mueve ese deseo imperante por desentraña­r lo que hay sobre todo en su interior, en el mismo inconscien­te de esos personajes ya sean históricos o de ficción.

Nos confirmó a su vez que Serafín es quizá la novela donde más ha manifestad­o eso que solemos llamar “preocupaci­ón poética”, y también, claro, como otro rasgo distintivo en su obra multitonal, su “preocupaci­ón religiosa” y su manifiesta fe cristiana, siempre distante de la Iglesia Católica, de cual ha sido más bien un severo crítico.

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