Carlos Esparza Deister
Hace algunos años, leí un pequeño libro llamado “Cartas al hijo que no ha nacido”, publicado en español por editorial Diana. Contiene trece cartas, que su autor, el estadounidense David Ireland, escribió a su único hijo durante la gestación, lo hizo porque padecía una enfermedad mortal y probablemente no alcanzaría a conocerlo.
Aun cuando el libro fue escrito a finales de los años setenta, los consejos que contiene son de utilidad en estos tiempos. Son trece capítulos, cada uno es una carta, enfocándose en aspectos que el ser humano olvida frecuentemente debido a su ajetreada vida. David destaca la importancia de reír en situaciones complicadas, pues aligera la tensión y de cierta manera ayudará a solucionar el problema, pues la risa oxigena el cerebro.
Ireland se dedicaba a la asesoría psicológica, dice, “Todos los días llegan personas a mi oficina con la esperanza de encontrar respuesta a su soledad, la mayoría sólo ha tenido una o dos amistades verdaderas en toda su vida. Muchos están en completa soledad, rodeados de docenas de ‘amigos’ quienes a su vez están terriblemente solos”. Por lo cual, sugiere a su hijo convertirse en un verdadero amigo.
Debido a su enfermedad, David estuvo postrado en una silla de ruedas gran parte de su vida, pero con perseverancia culminó la universidad, para luego dedicarse a la docencia por algunos años, aun cuando
varios de sus superiores afirmaban que debido a su enfermedad no podría ser maestro. Menciona en una de las cartas, “A lo largo de la vida se presentarán muchos conflictos ante los cuales sentirás deseos de darte por vencido, pero debe haber algo en tu interior que jamás permita rendirte”.
David señala que las emociones nos vuelven humanos, la expresión natural de la emoción es el llanto o el grito, a veces se llora de tristeza o enojo. Esto nunca debe contenerse, pues se puede coartar la capacidad que tiene el hombre o la mujer para enfrentar con éxito la adversidad. “Siempre les digo a los padres, dejen que sus hijos vean sus emociones”.
Su máximo anhelo fue conocer a su hijo, ignoro si pudo lograrlo, pero si lo hizo, estoy convencido que no se le despegó un solo momento, aprovechó cada segundo con él.
Enfermos o sanos, los padres deberían otorgar el mayor tiempo posible a sus hijos y más ahora, donde la enajenación por el celular, hace olvidar todo, hasta los hijos. Es absurdo que se desperdicie tanto tiempo frente a una pantallita, cuando se tiene a lado un niño, que espera para platicar o jugar, al menos un ratito.