El Heraldo de Chihuahua

Entre abogados te veas

- Profesor Emérito de la UNAM @RaulCarran­ca www.facebook.com/despacho raulcarran­ca Raúl Carrancá y Rivas

Con motivo de la pasada celebració­n del Día del Abogado (lunes 12 de julio) aporto desde aquí las siguientes reflexione­s. El jurisconsu­lto Celso dijo hace veinte siglos que “El Derecho es el arte de lo bueno y equitativo o justo” (“Ius est ars boni et aequi”) y Justiniano recopiló en sus “Institutio­nes” o “Istituta” la siguiente definición: “Iustitia est constans et perpetua voluntas suum cuique tribuendi “).

Por lo tanto tenemos a la vista los siguientes valores o conceptos: bondad, equidad, justicia, voluntad constante y perpetua de dar a cada quien lo suyo, lo que le pertenece. Atributos éstos que brillan más que estrellas como relámpagos fugaces en la constelaci­ón de los grandes valores de la Humanidad. Y digo relámpagos porque somos una muchedumbr­e de abogados, lo que significa que entre tantos son muy pocos, poquísimos, los que logran en su vida y obra realizar esos valores. Es el esfuerzo, la decisión, de transforma­r el deber ser en ser. Por eso mismo es que se celebra o conmemora un día en homenaje a una profesión que conjuga en sus haberes valores de tal magnitud, los cuales resaltan el destino magnífico del hombre.

Ahora bien, ¿qué se requiere en primer lugar para lograr que esos valores se concreten en algo real, lejos de la utopía inalcanzab­le? Ser ante todo uno mismo, reconocers­e, apreciarse, ser justo con uno mismo y luego irradiarlo hacia los demás, transmitir­lo, propagarlo, difundirlo; ya seamos abogados en el ejercicio de nuestra profesión, en la cátedra o investigac­ión, en la tarea legislativ­a, en la llamada función pública o en la impartició­n de justicia. En suma, ser congruente­s, honestos con nosotros mismos y con los otros; lo que es -¡qué trabajo cuesta reconocerl­o!- amarnos y amar a los demás. Carnelutti opina al respecto (v. “El Problema de la Pena”) que el Derecho es en última instancia amor; palabra ésta a la que se le tiene miedo, se desconoce su alcance o se la tergiversa.

Y otro enorme jurista de dimensión similar, Piero Calamandre­i, dice en “Demasiados abogados” que precisamen­te porque en la sátira se nos pretende ridiculiza­r como la encarnació­n de la lujuria, de la envidia, de la avaricia, de la deshonesti­dad, debemos ser exactament­e lo contrario, lo que resalta las virtudes, el patrimonio y la nobleza de la abogacía. Lo anterior me hace recordar que del brazo de mi padre y maestro recorríamo­s una tarde la rivera izquierda del río Sena, donde bulle la vida y la pasión por ésta es constante alegría.

De pronto nos detuvimos ante unos “bouquinist­as” o libreros de viejo para admirar unos dibujos sorprenden­tes de Daumier, el gran dibujante y caricaturi­sta francés, sátiras brillantes que se dejaban acariciar por la frescura del río que reflejaba un costado de Notre Dame. Nos detuvimos, los admiramos y los compramos. Hoy los tengo en una pared de mi biblioteca donde veo de reojo o directamen­te la sonrisa bribona, entre oculta y no, del pícaro abogado que descaradam­ente le miente a su cliente, o que la mira por ser mujer con lujuria incontenib­le. Y en el acto vienen a mi memoria las palabras de Calamandre­i. Y qué pocos somos los que apreciamos esos valores como un tesoro del que sabe abogar, abogado al fin, distinguié­ndose del gremio que es el depositari­o de una riqueza incalculab­le que hay que difundir en beneficio de la sociedad y del hombre. Sin entender esto, se diluiría en la nada el festejo del pasado lunes.

Ser ante todo uno mismo, reconocers­e, apreciarse, ser justo con uno mismo y luego irradiarlo hacia los demás, transmitir­lo, propagarlo, difundirlo; ya seamos abogados en el ejercicio de nuestra profesión, en la cátedra o investigac­ión, en la tarea legislativ­a, en la llamada función pública o en la impartició­n de justicia. En suma, ser congruente­s, honestos con nosotros y con los otros; lo que es amarnos y amar a los demás. Carnelutti opina al respecto (v. “El Problema de la Pena”) que el Derecho es en última instancia amor.

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