¡LLEGO LA HORA!
LA MÁXIMA FIESTA DEL DEPORTE ARRANCA MARCADA POR LA SOMBRA DE LA PANDEMIA DEL COVID 19
PESE A MÚLTIPLES COMPLICACIONES PROVOCADAS POR LA PANDEMIA , INCLUIDA LA REPROGRAMACIÓN DE UN AñO, LOS XXXII JUEGOS OLÍMPICOS ESTÁN EN MARCHA; MÉXICO ASPIRA A GANAR CINCO MEDALLAS
Hace algunos meses, cuando los Juegos Olímpicos parecían una idea imposible, el presidente del Comité Olímpico Internacional se aferró a un clavo ardiendo. “Los Juegos de Tokio serán la luz al final del túnel”, dijo Thomas Bach, consciente de que sus palabras harían eco en la necesidad del mundo por encontrar una salida a todo lo que se vivía. La metáfora, de alguna manera, alimentó la esperanza.
Fueron meses complicados para el olimpismo. Cada día, desde que la palabra coronavirus irrumpió en el imaginario de la gente, la idea de unos Juegos Olímpicos se convertía en un disparate. Incluso, ni la postergación de un año entero logró aminorar las dudas, no tanto por las acciones tomadas por el COI y el Comité Organizador, que hacían lo que podían para garantizar la seguridad de todos, sino porque el Covid-19 tampoco ofreció la tregua esperada. Luego de más de un año donde la especulación se convirtió en una prueba olímpica más, los Juegos finalmente están listos para comenzar, con su bella locura, aunque el panorama no es tan luminoso como lo habría imaginado Bach en aquel discurso más emotivo que racional. La pandemia no cede, incluso cada día se complica más, con sus variantes y sus pesadillas y sus récords de contagios, sin embargo, es innegable que la magia de los Juegos es capaz de alumbrar aunque sea un poco las penumbras.
Y es que los Juegos Olímpicos tienen un sabor especial. Los espectadores suelen observar las pruebas asombrados por cómo los deportistas son capaces de desafiar los límites del propio cuerpo. Las historias de superación también abundan, donde el reflejo de personas comunes que se volvieron extraordinarias suele mover fibras sensibles. El mensaje, de alguna forma, viene bien para lo que se vive. Aunque no lo parezca, no hay imposibles.
Los japoneses, por su parte, viven la fiesta olímpica a su manera, con sus reservas; es entendible, la mayoría no quería que se llevaran a cabo los juegos por el temor a los rebrotes, entonces alzaron la voz cuanto pudieron y cada que una encuesta se les cruzaba en el camino la respuesta siempre era no. Pero para esas cosas siempre es
demasiado tarde y había tanto en juego que la cancelación tampoco era una opción, porque ya mucho habían perdido los patrocinadores, que apenas año y medio antes anticipaban unos juegos de récord en las cuestiones publicitarias y ahora deben conformarse con lo mínimo.
Serán unos juegos distintos, entre otras cosas porque no habrá público en las gradas ni turistas en la ciudad. La gran ciudad, con el Monte Fuji de espectador, apenas y vibra con los acontecimientos, como si fueran agenos. La paradoja de los japoneses radica en estar apenas a unos metros de donde todo ocurre y aún así tener que verlo por televisión, como el resto del mundo.
El apoyo para los deportistas quedará en manos de robots encargados de llenar el silencio con canticos de aliento. Los robots, llamados Pepper y Spot, levantarán los brazos de manera incasable para ambientar las pruebas y las premiaciones, esas donde los deportistas tomarán su medalla de una bandeja y se la colocaran ellos mismos, para evitar cualquier contacto con otras personas. Son los retos del nuevo mundo que se impone pero los deportistas con conscientes y entre sus tareas está el adaptarse a las condiciones. Ahí también radica su grandeza.
El estadio Olímpico de Tokio, completamente terminado desde hace dos años, como para acentuar la espera, aguarda impaciente el encendido del pebetero, donde el fuego, aquel que resistió a un recorrido lleno de obstáculos, finalmente brillará para alumbrar el espíritu olímpico y dar paso a las grandes historias de los deportistas que han puesto su nombre en la historia mundial de a justa veraniega, como la gimnasta Simone Biles, heredera de las glorias que dejan vacantes Michael Phelps y Usain Bolt. De Armand Duplantis, la sensación del salto con garrocha o de Katie Ledecky, la incasable nadadora norteamericana. La fiesta de Tokio 2020, pese a todo y un año después de lo previsto, está por comenzar. Nada es igual que antes, salvo la emoción del deporte.