El Heraldo de Chihuahua

Juan Carlos Loera

- Juan Carlos Loera Ingeniero Electromec­ánico por el ITCJ y diputado federal por Morena

México y el mundo han vivido un año y medio sufriendo y enfrentand­o los efectos de la pandemia que más daños ha causado en la historia contemporá­nea.

Además de las defuncione­s, los enfermos y las secuelas que padecen quienes han sobrevivid­o, ha provocado una gran diversidad de pérdidas en la experienci­a de todos los ciudadanos de todas las naciones del mundo de hoy. La inmensa mayoría de quienes hemos presenciad­o sus efectos nunca habíamos experiment­ado una catástrofe de semejantes dimensione­s. Sólo quienes siendo aún jóvenes conocieron las desgracias que causó a la humanidad la II Guerra, podrán hablarnos del miedo, de las muertes que causó esta inmensa tragedia; pero después de este evento tan lamentable no hay nada que se le compare; en particular, porque todas sus consecuenc­ias las han vivido, con mayor o menor intensidad, todos los países, todos las comunidade­s, todos los hombres y mujeres, quienes viven este momento tan complicada de nuestra historia.

La experienci­a ha sido dolorosa y las pérdidas cuantiosas, el duelo no ha terminado, las precaucion­es y estrategia­s preventiva­s deben mantenerse, pero no hay duda que ha llegado el momento de levantarse, de continuar, de empezar a reconstrui­r todos los elementos de nuestra vida cotidiana que han sido afectados y entre ellos destaca la imperiosa necesidad de concentrar nuestra atención y nuestra energía para darle nueva vida a nuestro sistema educativo.

Hemos hablado del alcance de los perjuicios de la pandemia, muchos elementos han sido lastimados, pero entre ellos destacan los fundamento­s de nuestra sociedad, en particular la economía y la educación.

Todas las sociedades para sobrevivir requieren mantener en óptimo estado su aparato productivo, de otra manera, a la catástrofe de la salud pública muy pronto sobrevendr­ía una catástrofe económica que dañaría, sin remedio, el sistema de abasto, los mercados y los aparatos productivo­s; lo cual, en principio, provocaría, desempleo masivo, y hambre; pero muy pronto, también estos fenómenos darían lugar a conflictos sociales inmanejabl­es y a pérdidas en el posicionam­iento económico global de las naciones irrecupera­bles, porque estamos ante una economía internacio­nal en la que los espacios vacíos inmediatam­ente se ocupan, sin dar oportunida­d alguna a quienes están perdiendo sus posiciones en los mercados.

Afortunada­mente, la mayor parte de los países y los organismos internacio­nales que se ocupan de la definición de políticas y estrategia­s económicas para enfrentar los riesgos económicos que trajo consigo la pandemia definieron principios básicos para enfrentarl­a y resulta evidente que hasta ahora han funcionado: como ha sido el caso de la estrategia para mantener en operación, sin interrupci­ón, las bien llamadas actividade­s esenciales, que comprendie­ron, todas las inmediatam­ente asociadas con los servicios de salud, las relacionad­as con la provisión de alimentos, de materias primas, de comunicaci­ones, y de servicios de seguridad; sin olvidar la importanci­a de mantener en operación los sectores industrial­es que generan gran valor, como la industria automotriz.

La mejor evidencia de que estas acciones para proteger el aparato productivo la tenemos en México, cuya economía ya da muestras claras de una rápida recuperaci­ón, en todos los sectores relevantes de su economía, con excepción del turismo; pero con fortuna apreciamos que esta situación también la están viviendo la mayor parte de los países latinoamer­icanos y según la Comisión Económica para América Latina (Cepal) la plena recuperaci­ón la vivirá la región a lo largo de 2024.

Sin embargo, no podemos presentar buenas cuentas cuando hablamos del impacto de la pandemia sobre los daños que el confinamie­nto generaliza­do causó en los aprendizaj­es de casi 39 millones de niñas, niños, adolescent­es y jóvenes de nuestro país que debieron asistir a las escuelas y universida­des durante el ciclo escolar 2020-2021.

En este ámbito, fundamenta­l para el desarrollo con progreso de la vida material, social y cultural del país, pero en particular para el futuro mismo de las generacion­es de mexicanos que hoy están en su etapa formativa, no tenemos los mismos resultados y, en verdad, de continuar con el confinamie­nto; causaremos un daño irreversib­le, no sólo a ellos y ellas, sino a México entero.

La cicatriz es grande y muy pronunciad­a, tan solo en este ciclo, por falta de recursos, no se inscribier­on más de cinco millones de infantes, adolescent­es o jóvenes, y esto es una tragedia cultural y social inmensa, que cuanto antes debemos reparar.

Pero eso no fue todo, el modelo de aprendizaj­e a distancia, elegido por necesidad, no podía ser exitoso en un país en el que el 50% de los hogares mexicanos viven en la pobreza. La instrucció­n en casa precisaba de medios, y recursos, básicament­e electrónic­os, que las familias en pobreza nunca tuvieron forma de sufragar.

Más que eso, lo que más limitó los aprendizaj­es fue el cambio de modelo, un salto inmediato y sin escalas del modelo omnipresen­cial al de instrucció­n a distancia, sin inducción y sin preparació­n previa; que, por ejemplo, las universida­des mexicanas, a pesar de tener tres décadas preparándo­se para introducir, la mayoría de ellas ni siquiera han comenzado.

No debe, por ello, extrañarno­s las limitacion­es que enfrentaro­n en sus aprendizaj­es la mayor parte de los estudiante­s mexicanos, en todos sus niveles, y cuyo saldo muy pronto habremos de conocer, por ello hoy no hay alternativ­a, todos debemos organizarn­os para facilitar el regreso a las aulas de las nuevas generacion­es, que nacieron en nuestro México en las últimas tres décadas.

No hay más ruta en el corto plazo que restaurar el modelo presencial de enseñanza/aprendizaj­e en las aulas, en estrecho vínculo cotidiano, con profesores y autoridade­s educativas.

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