Catalina Noriega
La libertad es el bien más preciado del ser humano. Las dictaduras se la arrebatan. América Latina tiene un enorme historial en ese sentido y, a pesar de los avances globales, más de una nación todavía las sufre.
En el ojo del huracán están Nicaragua, Cuba y Venezuela, aunque otros países no están exentos de la posibilidad de caer en sus garras. Tres enclaves sometidos por sátrapas, que se niegan a dejar el poder y controlan a sus pueblos a través de la represión y la opresión. En ellos predomina la miseria, la falta de oportunidades, la imposibilidad de elegir a sus gobernantes, aunque le quieran tapar el ojo al macho con elecciones fraudulentas. Las condiciones de vida son infames y empeoran con la crisis económica del coronavirus, que los empobrece más.
Lo inconcebible, en el caso de Nicaragua es que esté en manos de uno de sus “salvadores”. A Daniel Ortega se le consideraba casi héroe nacional. El pequeño país centroamericano, vivió una dictadura de casi medio siglo, a cargo de la dinastía Somoza. La inició en los años 30 Anastasio Somoza García, quien se las heredó a sus hijos Luis Antonio y Anastasio.
De una crueldad inaudita, cualquier opositor acababa en mazmorras clandestinas, donde se torturaba hasta la muerte. Fue una etapa en la que proliferaron estos desgobiernos en varias regiones, auspiciados por los intereses económicos de Estados Unidos. Los años de los Trujillo en Dominicana, Batista en Cuba, los Duvalier en Haití, impositores del horror.
Los cubanos también tratan de liberarse del yugo de más de 50 años. La generación joven accede a las redes y abre los ojos a las condiciones infrahumanas en las que han vivido. A pesar del adoctrinamiento, se les despierta el ansia por la libertad y la exigen, a raíz de la debacle económica y de salud en la isla, debida a la pandemia (Gota que derramó el agua del vaso).
Igual que se desmoronó el totalitarismo soviético, en América se siente la demanda de vientos frescos. Esperemos lleguen.