Orgullo y prejuicio
En años recientes, el Pride Month —que celebra la difusión, visibilidad y reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTQ+— se ha convertido en un evento fríamente capitalizado al mismo tiempo que su propósito aún no se traduce en transformaciones políticas, económicas y socioculturales palpables, sino en fugaces momentos de esperanza que terminan por remitirnos de nuevo a la cruel realidad.
Tan lamentable como retrógrada e injusto es lo lejos que nos encontramos de hablar de la posibilidad de la unión civil entre parejas homosexuales, de la adopción homoparental o del reconocimiento legal de las personas transexuales y transsu género. Ni siquiera es posible hablarlo desde su preámbulo: el reconocimiento social, ya que la marginalidad a la que esta comunidad es sometida deviene en tratos denigrantes e inhumanos que lamentablemente no se limitan a los horrores del abuso verbal, psicológico, sexual o físico. No obstante, dicha marginalidad es suspendida o adopta mecanismos de una reducida violencia con base en la clase social o económica a la que se pertenezca, así como a la etnicidad o en su defecto, a la aparente ausencia de ésta. Razón por la cual esta discriminación es minimizada, invisibilizando a incontables víctimas. Otro fatídico error es el asumir que la comunidad LGBTQ+ es, de hecho, una minoría.
Como feminista, pienso firmemente que las mujeres y la comunidad LGBTQ+ nos encontramos librando una batalla en la tendríamos que formar un frente común, teniendo siempre en cuenta los fines que conjuntamente perseguimos: equidad de género, igualdad de oportunidades, reconocimiento social, legal y de nuestros derechos humanos, libertad sexual, identitaria y, aunque nuestras necesidades puedan ser diferentes —fisiológicas, emocionales, afectivas, sociopolíticas—, aquello no representa ningún problema. Al contrario, nuestras diferencias alimentan la diversidad de la que somos testigos, que defendemos y abrazamos. Porque la imaginación de la naturaleza es infinitamente más fecunda que la humana. En palabras de Judith Butler, cualquier libertad por la que luchemos, debe basarse primordialmente en la igualdad.
Veo, reconozco y admiro a todos aquellos que, con miedo o ante la ausencia del mismo, toman en sus manos el control de propia narrativa y se dedican a ser, a transformarse, a explorar las interminables posibilidades del espectro de lo humano y de lo sexual, pero tal admiración viene empapada de tristeza, porque algo perverso gobierna una sociedad en la que utilizar una falda, un vestido o usar maquillaje es un acto de transgresión si lo que se tiene entre las piernas no es una vagina; una sociedad en la que amar y buscar compartir la vida con alguien es una perversión si se es del mismo sexo, o en la que se juzga la metamorfosis del cuerpo que acompaña a la del alma como demencia e insanidad.
Que todo el año sea mes del orgullo LGBTQ+, celebremos siempre la diversidad, abracemos a quienes anhelan comprensión y cariño, agradezcamos a los que nos inspiran y recordemos a los caídos. El amor es un don dado a toda la humanidad.