El Heraldo de Chihuahua

Pablo H. González

- Pablo Héctor González V. Abogado, Magistrado Presidente de Tribunal Superior de Justicia

Daniel Kahneman, Olivier Sibony y Cass R. Sunstein, en un interesant­e libro titulado “Noise: a Flaw in Human Judgment”, examinan a profundida­d el fenómeno del ruido. No se refieren al ruido acústico, sino a la variación en las conclusion­es que expertos en algún tema obtienen de los mismos datos, una vez descartado el prejuicio que también aparece en las decisiones humanas.

Médicos expertos discrepan en el diagnóstic­o de un mismo caso y lo mismo ocurre con los criterios judiciales. En el texto al que aludimos se menciona que, en los Estados Unidos, acudir a una audiencia de un tribunal migratorio para solicitar asilo es tanto como comprar un boleto de lotería con la esperanza de “pegarle al gordo”.

Hace unos años, un estudio en Israel reveló que la probabilid­ad de obtener una resolución favorable a una solicitud de libertad anticipada para condenados en materia penal, aumentaba considerab­lemente si la audiencia era de las primeras del día. Los pobres justiciabl­es de las últimas horas prácticame­nte estaban condenados a que se les negara el beneficio.

Incluso en ciencias “duras”, como la física, el margen de interpreta­ción de los datos abre el espacio para el ruido, como bien lo hizo notar Thomas Kuhn, con su notable teoría del paradigma vigente. Resulta que la ciencia “dura” no es tan “dura”.

El fenómeno del ruido se correspond­e con los hallazgos obtenidos, en sus investigac­iones, por Hugo Mercier y Dan Sperber y que publicaron en “The Enigma of Reason”. La razón es engañosa, concluyero­n los neurocient­íficos franceses y frecuentem­ente conduce a conclusion­es equivocada­s o erróneas.

La imagen del pensador solitario puede tener cierta fuerza en ciencias formales en las que la claridad de los datos deja menos margen de interpreta­ción. Pero aun ahí, se dan errores catastrófi­cos, como los penosos estudios de Isaac Newton sobre la alquimia, que hacen irreconoci­ble al físico que revolucion­ó la mecánica.

Sin embargo, esto no significa que la razón no sirva para nada o que no existan criterios objetivos para establecer la verdad. Mercier y Sperber también encontraro­n

Resulta claro que la democracia debe ser no solo representa­tiva, sino también deliberati­va... para evitar abusos de poder, sino también para disminuir el riesgo en decisiones

que los procesos deliberati­vos entre personas humanas disminuyen el riesgo de error. La construcci­ón colectiva del discurso como criterio de verdad, que tan importante ha sido en el pensamient­o de Habermas, ha comenzado a ser corroborad­a por la psicología experiment­al.

Si trasladamo­s estas reflexione­s al ámbito del gobierno de los asuntos humanos, resulta claro que la democracia debe ser no solo representa­tiva, sino también deliberati­va. Y no únicamente por una razón de justicia, es decir, para evitar abusos de poder, sino también para disminuir el riesgo de decisiones que, por solitarias y a veces también soberbias, resultan perjudicia­les, cuando no catastrófi­cas, para los miembros de una comunidad política.

Es, por tanto, de la mayor importanci­a, que, en el ejercicio de la autoridad, se tenga siempre la capacidad de dialogar, de consultar, de deliberar y de construir acuerdos para el bien común de quienes, por convivir en un mismo tiempo y espacio, tienen atada su suerte a un destino común. Es el único camino para reducir el ruido que tanto daño nos hace. Porque, como bien se dice, el ruido no hace bien y el bien no hace ruido.

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