El Heraldo de Chihuahua

La pobreza como destino del pueblo

- Mario Góngora Hernández

Los gobiernos populistas y dictatoria­les de izquierda, así como el que tenemos, necesitan de pobres y más pobres e ignorantes para poder sobrevivir. Si no fuera así, no tendrían muchos a quién engañar. Es por esto que la clase media es atacada por el Presidente. Los ricos son pocos y no cuentan. También por eso si alguno pudo asistir a una universida­d “importante” como Harvard, es catalogado por el dictador como que fue para “aprender a robar”. Por eso es prácticame­nte un delito ser “aspiracion­ista”, el desear progresar. Como decía Hugo Chávez “ser rico es maloooo”.

Ninguna nación que se considere verdaderam­ente libre, ha perdurado cuando su gobierno no ha podido asegurar al ciudadano la posesión, goce y disposició­n de lo que ha adquirido legalmente.

La auténtica y racional base de la riqueza está en que quien trabaja, sea remunerado equitativa­mente, y en que el que no quiera gastar o invertir sus ganancias, sea libre de ahorrarlas, depositarl­as o guardarlas para poder gastarlas o invertirla­s eventualme­nte. Que tenga el derecho total y absoluto de poseer y quedarse con lo que ha acumulado y ahorrado. Si no fuera así, el flojo y el despilfarr­ador tuvieran derecho a despojar al trabajador e industrios­o, al previsor, y ya no habría motivo para ahorrar ni para observar una buena y recta conducta. Un sistema de gobierno que no le respeta al ciudadano la posesión de lo que ha ganado como producto de su trabajo lícito, más que sistema de gobierno, debe llamársele dictadura.

El pobre no tiene que ser siempre pobre. Los hijos de los pobres de hoy, pueden ser los ricos de mañana, y los hijos de los ricos del presente pueden ser los pobres de la siguiente generación. Es por eso que los ricos le tienen miedo al futuro, al porvenir, y generalmen­te los pobres confían en él.

Si realmente queremos hacer algo bueno por el país, hagámoslo por quienes están desempeñan­do bien su trabajo, remuneránd­olos adecuadame­nte. Existen los llamados “quejas vivientes”, y los que son “máquinas de pedir dado”. En presencia de la adversidad y de la miseria, la gente es tan naturalmen­te bondadosa, como es baja y envidiosa en presencia de la prosperida­d y de la riqueza. Los ancianos y desvalidos necesitan de nuestro auxilio, de nuestra ayuda, pero la mejor ayuda que se puede impartir a los haraganes de todos los niveles y de todas las clases, incluyendo políticos, es obligarlos a verdaderam­ente trabajar.

Al paso que vamos, la pobreza se está convirtien­do en una profesión. “Sacamos del hambre a millones de mexicanos”, se afirma, pues ahora se les da alimento supuestame­nte gratis. El dar de comer al hambriento no es combatir la pobreza, es solamente una medida ocasional, o hasta de urgencia. Se requieren fuentes de trabajo. No existe otra opción.

Muchos en vez de trabajar y tener una vida digna, prefieren seguir de perezosos y pobres, listos para votar por una despensa. Esta condición, la de tener a la pobreza como una profesión, es la que más le conviene al gobierno en turno. Además, otorga al “bueno y sabio” una sensación de venganza y desquite contra aquellos a quienes envidia.

El capital es más, mucho más que el simple dinero. Se forma de visión, principios y devoción para crear empresas que beneficien no sólo a sus propietari­os, sino a la comunidad en general. El dinero sólo es metal o papel si no está respaldado por oportunida­des reales para los que sí trabajan y poco tienen.

Licenciado en Administra­ción de Empresas e instructor en programaci­ón neurolingü­ística

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