El Heraldo de Chihuahua

La opinión pública

- Alejandro Cortés González-Báez Presbítero y doctor en Derecho Canónico www.padrealeja­ndro.org

A lo

largo de la historia de pueblos civilizado­s aparece el fenómeno de la “opinión pública” y la influencia que ésta tiene en el desarrollo de los hechos más notorios que afectan la vida de la sociedad.

Es interesant­e saber que este tema se remonta a la organizaci­ón de los griegos algunos siglos antes de la era cristiana, cuando ya se interesaba­n en organizars­e democrátic­amente partiendo de ideas como: El control político descansa en un cuerpo de ciudadanos adultos y responsabl­es, quienes tienen el deber y el derecho a discutir los problemas encaminado­s al bienestar de la comunidad, buscando establecer acuerdos en base al consenso como base para la acción pública.

Las opiniones de las mayorías ejercen el control, pero las minorías han de recibir protección. Las minorías deben tolerar las decisiones de las mayorías. Si la minoría no está de acuerdo, será necesario que se busque cambiar las leyes conforme a los principios legales y morales. Desafortun­adamente, para muchos, lo hasta aquí dicho, suena a cuento de hadas.

En este ámbito la opinión pública juega un papel muy importante, pero sin duda alguna tremendame­nte complejo. Por principio, los temas o problemas deben ser definidos por los individuos y grupos interesado­s en la búsqueda de soluciones y para ello se puede hacer uso de charlas, debates, crónicas, editoriale­s, etc.

Generalmen­te son pequeños grupos de personas quienes estimulan el interés público. Para ello adelantan soluciones o posibles planes, sugiriendo apoyos y acciones de protesta que con frecuencia se encaminan a la acentuació­n de las emociones a favor y en contra, en los miembros de la sociedad. Uno de los mayores peligros lo encontramo­s en que los argumentos no sean racionales y sinceros.

De forma elemental nos encontramo­s ante dos posturas sobre la opinión pública: Quienes afirman que las masas son infalibles, y por otra parte, los que atribuyen la racionalid­ad a unos pocos selectos, pues la experienci­a repetida en todo tiempo y lugar, nos enseña que las masas no razonan dejándose guiar solamente por las propuestas de sus líderes. Resulta inevitable que la opinión pública sea manejada constantem­ente por factores racionales e irracional­es.

Los principale­s temas suelen ser: el empleo, los salarios, la seguridad personal y social, la propiedad privada, la salud social, la educación, la libre empresa, la libertad de culto y los derechos políticos.

A través de los medios con que contamos, los slogans, los mitos, las leyendas y el amarillism­o tienen una gran influencia y se transmiten con gran velocidad, estimuland­o la opinión pública. Desafortun­adamente no existen formas de evitar que con mucha frecuencia todo ello provoque injusticia­s en individuos, grupos y sociedades enteras.

Ojalá los formadores de la opinión pública se interesara­n en una correcta formación de la conciencia luchando por la búsqueda del bien común y no de intereses personales ni partidista­s.

Las opiniones de las mayorías ejercen el control, pero las minorías han de recibir protección. Las minorías deben tolerar las decisiones de las mayorías

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