Pastillas para educar adolescentes
Raúl tiene 16 años y está causando problemas en su familia. Su misma madre dice que ya no encuentra qué hacer con él. Ha buscado muchas maneras de formarle, pero no ha podido; su paciencia llegó al límite, tanto que incluso le ha corrido de la casa.
Todo ese problema, según ella, comenzó cuando Raúl nació y los doctores dijeron que tenía un problema en el corazón. No era el primer hijo que tenían. De hecho, él era ya el tercero en la familia, pero ahora los doctores les habían alarmado al decirles que su hijo necesitaba muchos cuidados para que él siguiera una vida normal.
Toda la familia, al enterarse de la enfermedad de Raúl, incrementó su manifestación de cariño a tal grado que siempre le daban regalos, pues se imaginaban lo peor. Actualmente ya no le hablan a Raúl, y su madre los culpa por haberlo consentido, pues ahora el muchacho le pide cosas que no puede costear.
Los doctores no supieron explicarle a la familia, o ellos no lograron entender, que la enfermedad del joven no era para que le dieran una vida tan complaciente, lo que lo llevó a creerse el centro del universo.
Raúl, con el paso de los años, había aprendido la manera de manipular conciencias y se hacía el enfermo cuando veía que las cosas que pedía no se las querían proporcionar. El muchacho caprichoso era inaguantable y sus mismos hermanos buscaban siempre estar fuera de casa para no estar soportando sus berrinches. Raúl había sido deformado por unos padres y familiares que no entendieron bien su enfermedad. Su egoísmo fue creciendo de forma imparable hasta el punto de querer gobernar sobre su propia familia.
No hay pastillas para que los adolescentes se porten bien. Solamente hay buena educación y su seguimiento, realizado desde el primer día, por parte de los padres. Es un largo proceso educativo. Modificar el mal comportamiento de los adolescentes es un procedimiento de ensayo y error, costoso, lento y no exento de sacrificios. (El observador digital)