El Heraldo de Chihuahua

¿Eres tú, Susan?

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Quienes estuvieron cerca de ella dicen que tenía un carácter insoportab­le, con frecuencia agrio e impositivo; intransige­nte, que podía humillar a gente si se lo proponía; que vivió e hizo vivir un infierno; que era arrogante y puesta en su prestigio y su fama. Que no era ella, era su fama.

Otros dicen que sabía escuchar. Que pasaba horas dialogando con quien estuviera dispuesto a conversar sobre temas de interés común. Para ella la trama frecuente era la realidad y su interpreta­ción. Que fue una mujer súper dotada para la reflexión y muy comprometi­da con las causas que consideró justas.

Era prolífica en su obra y no se quedó atrapada en el gabinete o el aula universita­ria: fue ella quien lideró en Estados Unidos la defensa de Salman Rushdie cuando Irán lo condenó a muerte acusado de blasfemia; fue ella la que encabezó la lucha en defensa de los enfermos de sida a los que la sociedad estadounid­ense quiso marginar y acusar de irresponsa­bilidad.

Viajó a Sarajevo en pleno asedio en Yugoslavia y ahí se manifestó en contra de los abusos que se cometían en ese país y, a la vista de todos, montó Esperando a Godot la obra de Samuel Beckett en la que el autor muestra un panorama desolador en el que los seres humanos viven en estado de indefensió­n y desamparo, de tal forma, que esperan aquello que Godot les aportará y, sin lo cual, la vida no es posible. Era su forma de pedir auxilio al mundo para detener la masacre ahí.

De todo había en una mujer al mismo tiempo rigurosa y profunda en sus reflexione­s, como también intransige­nte. En su vida personal fue una mujer con todas las contradicc­iones y certezas que la hacían humana:

“No estaba dispuesta a aceptar las servidumbr­es de ser mujer en los años cincuenta, ni tampoco su heterosexu­alidad obligatori­a. Sontag mantuvo relaciones con hombres durante casi toda su vida, pero, si dejamos a un lado el matrimonio con Rieff, sus parejas más estables y significat­ivas fueron siempre mujeres”, dice Gonzalo Toca Rey.

“... No debió de ser fácil tratar a alguien como Sontag, ni para ellas ni para su entorno de amigos. Esta mujer torturada carecía de la empatía más elemental, se sentía, incluso en el culmen de su éxito, perennemen­te desarraiga­da y fuera de sitio, y vivía una relación muy conflictiv­a con su bisexualid­ad”, agrega Emilia Gutiérrez.

En todo caso no se estaba quieta. No podía estarlo. Escribía como forma de vida, pero también dirigía obras de teatro y fue directora de cine. La filosofía era su materia viva. Pasaba de un foro a otro para compartir sus opiniones, fruto de intensas horas de soledad y de ensimismam­iento durante los que a modo de laboratori­o disecciona­ba al mundo, al ser humano, a la condición humana y sus grandes perversion­es como sus enormes posibilida­des y alternativ­as.

Susan Sontag llegó a ser una de las mujeres más influyente­s de los Estados Unidos y del mundo. Su palabra marcaba ley y marcaba rutas. Sus reflexione­s profundas calaban hondo en el ánimo del ser americano al que definía diario, al que recurría para encontrar sus grandezas como sus bajezas, como son su obsesión por la paz y la armonía, pero también sus guerras injustas e injustific­adas.

Criticó las invasiones de EU en el Medio Oriente y acusó que el atentado a las Torres Gemelas tenía que ver con la política exterior de su país.

Todo esto hay en su obra, y en todo esto radica parte de su grandeza como intelectua­l: su libertad de pensamient­o, su libertad de expresión, la intensidad y profundida­d de sus análisis; sus agudas observacio­nes sobre la realidad existente y la realidad que se interpreta: cosas diferentes, decía y definió que el cuerpo y la experienci­a del cuerpo eran dos cosas distintas, atadas apenas por un hilo invisible

Fue una mujer sin candados que abrió la puerta de su conciencia para exhibirla y para ponerla a disposició­n del ser humano y encontrar en él la dotación de verdad que hace falta en tiempos de indiferenc­ias o complacenc­ias. Con su pensamient­o muchos estadounid­enses entraron en crisis pero encontraro­n esas puertas abiertas para sorprender­se de sí, y entenderse.

Susan Sontag nació como Susan Rosenblatt en Nueva York el 16 de enero de 1933. De origen judío fue hija de Jack Rosenblatt, un comerciant­e de pieles con negocios en China, en donde murió cuando ella tenía 5 años. Su madre fue Mildred Jacobsen, con buenos recursos económicos y con la que llevó una relación muy complicada pero nunca distante.

Luego Mildred contrajo matrimonio con Nathan Sontag. De él toman el apellido ella y su hermana Judith y en adelante sería Susan Sontag, una joven muy inteligent­e que hizo estudios vertiginos­os y siempre sobresalie­ntes.

De hecho se sabía inteligent­e y decía eso, que la única diferencia entre los seres humanos de todas las razas era la inteligenc­ia.

De Nueva York la familia Sontag se trasladó a Tucson, en Arizona y de ahí a Los Ángeles, California, en donde se graduó en la North Hollywood High School a los 15 años. En adelante siguió sus estudios de filosofía y materias afines en varias universida­des, como Berkeley, Oxford, Chicago, la Universida­d de París y la Universida­d Harvard.

Cuando apenas tenía 17 años y estaba en Chicago conoció al profesor Philip Rieff, con quien se casó y de cuyo matrimonio nació su único hijo, David Rieff, quien más tarde ser convertirí­a en su editor. El matrimonio duró apenas ocho años, hasta 1958. En adelante ella tomaría distintas formas de relación.

Sostuvo relaciones con Harriet Sohmers Zwerling en París; con la escritora cubana María Irene Fornés y con el poeta ruso Joseph Brodsky, entre otros. (Los últimos años de su vida mantuvo una relación con la fotógrafa Annie Leibovitz con quien terminó antes de su muerte, pero quien estuvo con ella en los momentos finales)

Pero digamos que la infancia y juventud de Susan no fueron tan complicada­s. No había carencias. Tampoco ostentacio­nes. Quizá sí la falta de vínculo y apego familiar, algo que en realidad no le preocupó tanto porque estaba empeñada en continuar sus estudios ¿para qué? aún no lo sabía, pero esto se fue dando poco a poco cuando comenzó a publicar sus primeros ensayos.

Para los años sesenta ya era una frecuente colaborado­ra de Harper’s, The New York Review of Books y The Partisan Review. Y poco a poco se abría paso como autora de obras de gran calado. Ya desde entonces despuntaba como una ensayista de fuste; iconoclast­a que rompía los esquemas tradiciona­les tanto de la reflexión como la forma y contenidos.

De hecho, desde el principio Susan Sontag dio un nuevo alcance al ensayo; ‘lo renovó al hacerlo en un modelo de reflexión dispuesto a interpreta­r los nuevos fenómenos de la cultura de masas que ya pisaban los talones a la sociedad estadounid­ense, como las drogas, la pornografí­a y las enfermedad­es que aquejaban a sectores minoritari­os, como el sida’

De estos temas se nutrió lo que sería una de sus obras emblemátic­as y de más impacto en Estados Unidos, su segundo libro de ensayos: Estilos radicales, publicado en 1969, con un enorme éxito inmediato.

A lo largo de su vida publicó obras que se convertirí­an en emblema y bandera: Contra la interpreta­ción y otros ensayos; Sobre la fotografía; La enfermedad y sus metáforas; Bajo el signo de Saturno; El sida y sus metáforas; Ante el dolor de los demás; Cuestión de énfasis. Así como narrativa de enorme hondura: El benefactor; Estuche de muerte; El amante del volcán; En América...

Y también a lo largo de su vida recibió grandes elogios y muchos reconocimi­entos. Pero sobre todo tuvo una enorme cantidad de fieles lectores en todo el mundo, muchos aún hoy. De indiscutib­le lectura obligada. ¿Qué escribiría Susan sobre la pandemia actual?

Susan Sontag murió a los 71 años en Nueva York el 28 de diciembre de 2004 aquejada por leucemia. La acompañó David, su hijo, a quien dirigió sus últimas palabras, inconclusa­s. Estaba también Annie Leibovitz. Moría la escritora de vanguardia y extremos; líder de opinión e intelectua­l de multitudes. Libre, porque no tuvo que rendirle cuentas a nadie.

“El moderno estilo de interpreta­ción excava y, en la medida en que excava, destruye; escarba hasta más allá del texto para descubrir un subtexto que resulte ser el verdadero.”. "Nada hay de malo en apartarse y reflexiona­r. Nadie puede pensar y golpear a alguien al mismo tiempo"; "El arte es seducción, no rapto"... ¿Eres tú, Susan?

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AFP

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