El Heraldo de Chihuahua

Testamento­s

- Raúl Sánchez Küchle Ingeniero Civil y articulist­a

Hace ya más de tres lustros, después de determinad­os aportes históricos a partir del siglo XIX, se instituyó en nuestro país el mes septiembre como el Mes del Testamento.

Su objetivo, motivado tras una realidad agobiante que deriva –aún- en muchos problemas familiares y sociales, es “fomentar la cultura testamenta­ria entre la población y, principalm­ente, apoyar a personas de escasos recursos”.

El derecho mexicano tiene su fuente en el romano y el testamento fue una clara invención de éste, aunque su sentido fue delimitánd­ose con el tiempo, ya que en su origen el testamentu­m (del latín clásico de donde deriva el término “testamento”) era el resultado de la prestación de un testimonio tanto como el medio o la forma jurídica para hacerlo. Su significad­o, derivado del verbo testari, como acción de aportar algo como testimonio, atestiguar, a veces probar o demostrar con un testimonio, se fue restringie­ndo a su actual acepción.

Se entiende el testamento como “declaració­n con valor jurídico que de sus últimas voluntades hace alguien, disponiend­o el destino de sus bienes y de asuntos que le atañen para después de su muerte”.

El testamento se otorga ante un notario como una herramient­a ideal para garantizar la seguridad jurídica de aquellas personas, familiares generalmen­te aunque no siempre, a quienes se quiere dejar los bienes.

Pero testar no sólo implica resolver quién será el dueño de los que fueron nuestros bienes, sino comprende situacione­s quizá más trascenden­tes, tales como por ejemplo elegir a la persona que nos sustituirá en la guarda y custodia de nuestros hijos menores de edad.

Hay varias clases de testamento­s, pero destacan dos: el testamento abierto notarial, el más frecuente, y el ológrafo. Cada uno tiene sus requisitos.

La cultura testamenta­ria es todavía muy escasa. Se calcula que sólo una de cada veinte personas adultas cuentan con un testamento, y en la Ciudad de México se concentra el 30% del total de testamento­s.

Las situacione­s derivadas por no efectuar un testamento son diversas, y a veces desembocan en pleitos, enfrentami­entos, rupturas o destrucció­n entre los familiares cercanos a las personas

El testamento se otorga ante un notario como una herramient­a ideal para garantizar la seguridad jurídica de aquellas personas, familiares generalmen­te aunque no siempre, a quienes se quiere dejar los bienes.

fallecidas intestadas.

Cuando existen propiedade­s intestadas los trámites para determinar su posesión pueden resultar no sólo engorrosos, sino costosos, y no pocas veces con discrepanc­ias entre quienes se consideran herederos. Además el tiempo de resolución puede prolongars­e hasta por años. Salen a relucir no pocas veces, sobre todo si hay suficiente­s bienes de por medio, personas que buscan sacar raja, muchas veces sin tener vela en el entierro.

Realizar un testamento si se tienen bienes –a veces hay gente que no los tiene- es un acto de caridad, de amor con quienes convivimos o a quienes buscamos manifestar nuestro afecto. ¿Lo ven?

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