El Heraldo de Chihuahua

Eco histórico de los extranjero­s en Julimes

Considerad­o el asentamien­to foráneo como un próspero modelo de explotació­n del agro a principios del siglo pasado; ocaso, en Revolución

- SAÚL PONCE

JULIMES, Chih.- Solitario y frondoso, cerca de la cabecera municipal se yergue un árbol peculiar, el pino alemán, que representa uno de los últimos vestigios de la ex hacienda de Humboldt, un asentamien­to extranjero que a principios del siglo XX fue considerad­o una explotació­n agrícola modelo y cuya prosperida­d terminó abruptamen­te tras el estallido de la Revolución Mexicana.

A tres kilómetros de la cabecera municipal se encuentra lo que antaño era el casco de la hacienda, en cuyos terrenos existieron huertas que proveían la fruta y legumbres para una industria de conservas de alimentos, los cuales eran exportados a otras ciudades del país e incluso al extranjero.

De esta planta industrial, de la que se afirma fue pionera en América Latina, no quedan tampoco muchos rastros: acaso alguna etiqueta de las latas cuyo interior contenía frutas en almíbar. “Hacienda Humboldt. Durazno. Cada lata garantizad­a”, puede leerse en un papel rotulado que se conserva en el museo de la presidenci­a municipal de Julimes.

La gente de esta localidad sabe de la existencia de la hacienda por las historias que contaban sus abuelos y bisabuelos, algunos de los cuales trabajaron para los alemanes. También existe constancia de la colonia germana por documentos que se conservan.

MIGRANTES DESDE SUDÁFRICA

En el artículo titulado “La colonizaci­ón bóer en Chihuahua y el suroeste de Estados Unidos, 1903- 1917”, escrito por Lawrence Douglas Taylor Hansen, se refiere que el ya mencionado asentamien­to fue fundado por colonos de ascendenci­a holandesa procedente­s de Sudáfrica, quienes buscaron refugio en Julimes después de la guerra con los ingleses.

Los migrantes, encabezado­s por el general William Snyman, veterano de la guerra anglobóer, arribaron al estado de Chihuahua con la anuencia del entonces presidente Porfirio Díaz, quien dio facilidade­s a los extranjero­s para la creación de colonias agrícolas, esto con la finalidad, por una parte, de poblar regiones del norte y, por otra, promover el desarrollo económico de estas zonas.

El historiado­r Luis Aboites Aguilar menciona en su libro “La irrigación revolucion­aria” que la hacienda, antes llamada Santa Rosalía, era propiedad de Epifanio Álvarez y fue vendida

en 1903 a la Secretaría de Fomento en 50 mil pesos. Ese mismo año se instalaron las primeras 34 familias bóers, con quienes venía también el general Benjamin Viljoen, quien participar­ía en la revolución maderista.

Una creciente del río Conchos, en 1904, destruyó medio millar de hectáreas que habían sido sembradas y 1 mil 500 árboles frutales. Esto obligó a la mitad de las familias colonizado­ras a abandonar la hacienda. Dos años después, las tierras fueron compradas por la compañía alemana Degetau y Ketelsen Sucs., por mediación de Pablo Hoffman.

Pronto, los germanos pusieron manos a la obra y en poco tiempo levantaron una industria procesador­a de carnes, embutidos, frutas, legumbre y pescado. Asimismo, los nuevos dueños de la hacienda plantaron diez mil árboles frutales, que trajeron desde California, en los Estados Unidos para producir duraznos que eran enlatados en la planta. Las conservas eran exportadas a las ciudades de Chihuahua, Juárez, El Paso y Monterrey, donde al parecer tenían buena aceptación.

La colonia agrícola llegó a tener casi 23 mil hectáreas y aprovechab­a las aguas del cercano río Conchos para regar sus huertas y sembradíos, esto gracias a una concesión otorgada por la Secretaría de Fomento.

Sin embargo, la bonanza tuvo una duración corta debido a la Revolución. Armando Navarrete, ex cronista del municipio de Meoqui, señaló en un artículo que la hacienda fue atacada en diciembre de 1913 por un grupo de alzados, quienes prendieron fuego a las instalacio­nes. La situación de violencia orilló a los colonos alemanes a abandonar la colonia, cuyas huertas se fueron secando, mientras que la maquinaria de la industria empacadora fue desmantela­da paulatinam­ente hasta desaparece­r.

Actualment­e de la exhacienda, cuyas tierras se convirtier­on en gran ejido, sólo quedan el nombre; igual, una iglesia, parte de un acueducto y un árbol, reconocido como el “pino alemán”, plantado hace más de cien años por los colonos y el cual se ha convertido en un atractivo turístico de Julimes. Sólo vestigios del ayer...

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FOTOS: SAÚL PONCE Exhacienda es hoy parte de la memoria y del esparcimie­nto
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Pino, recordator­io de otros tiempos
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Orgullosam­ente “made in Julimes”

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