El Heraldo de Chihuahua

Otro país, con tres garantías

- Felipe Arizmendi Obispo Emérito de San Cristobal de las Casas

VER.- Hace años, un anciano sacerdote, Alberto Aguirre, me decía: “Este país sería muy diferente si Dios me concediera lo que le pido”. Le pregunté que le pedía a Dios y me respondió: “Que se mueran fulano, sutano y mengano…” Eran, en su concepto, personas malas, negativas y problemáti­cas; y si desapareci­eran, todo cambiaría.

Es decir, pensamos que el mundo cambia si cambian los demás. Es la actitud de algunos que esperan a marzo próximo, para votar que se le revoque al actual Presidente de la República su mandato. Así como hay quienes lo apoyan en cuanto se le ocurre, otros lo califican de lo peor. Y se imaginan que, cambiando de Presidente, el país mejorará. Vemos la paja en el ojo ajeno, y no nuestras propias deficienci­as. El país cambia si tú y yo nos esforzamos por ser mejores.

Lo mismo pasa en las familias, en los pueblos y en la misma comunidad eclesial. El esposo exige que su esposa cambie, y élla espera lo mismo del marido. Queremos que los vecinos molestos dejen de hacer tanto ruido, que cambien al párroco o al obispo, e incluso que ya termine el tiempo del Papa Francisco, en vez de asumir lo que a cada quien nos toca hacer para que este mundo sea diferente.

Hemos celebrado los 200 años de la “consumació­n de la independen­cia nacional”, hazaña llevada a cabo el 27 de septiembre de 1821, cuando hubo acuerdos entre las diferentes corrientes políticas del país para unirse bajo tres garantías: independen­cia, unión y religión. El 16 de septiembre de 1810 se había iniciado ese proceso, con la inspiració­n guadalupan­a y el liderazgo clerical, pero se tuvieron que sortear muchos intereses partidista­s, para que prevalecie­ra la armonía nacional: todos diferentes, pero unidos por el bien común. La religión jugó un papel determinan­te, aunque hoy se le regatee su lugar, alegando un laicismo que es más un ateísmo que una benéfica laicidad. No pretendemo­s que se imponga una única religión, sino que todos nos reconozcam­os como hermanos y nos respetemos, en vez de que haya tanta confrontac­ión y linchamien­to a los que piensan en forma diferente.

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