El Heraldo de Chihuahua

La verdad del corazón

- JAVIER GARRALDA

Nuestra verdad más profunda reside en nuestro corazón. Y sin la auténtica vida de nuestro corazón no hay vida auténtica, verdadera. Y la verdad de nuestro corazón está en el amor, en Dios.

Así, una vida sin amistad con Dios no puede ser considerad­a verdadera vida, sino una apariencia de vida, de un alma muerta en un cuerpo moribundo. De ello se deduce que será progreso lo que favorece la vida de nuestro espíritu, de nuestra alma, y lo que no la alienta será retroceso.

Y pasar de la vida en desgracia de Dios, a la vida en gracia, amistad, de Dios, es pasar de la oscuridad a la luz: de un corazón angustiosa­mente compungido, a un corazón en paz, porque se siente perdonado y amado.

Y la conversión es obra de la libertad del hombre, pero, sobre todo, obra de Dios, que es quien prepara a la persona para dar el sí libre a su amor (Cfr. Catecismo no 1993).

“Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminació­n del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada al recibir esta inspiració­n, que por otra parte puede rechazar, y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse por su voluntad libre, hacia la justicia delante de él” (Concilio de Trento). “La justificac­ión (vida de amistad con Dios) establece la colaboraci­ón entre la gracia (gratuita) de Dios y la libertad del hombre”.

Si tan esencial es la amistad con Dios, la vida de gracia es natural que al creyente le preocupe saber si está en ese estado. Aunque un exceso de preocupaci­ón rayando en la angustia no sería bueno. Si “por sus frutos los conoceréis” conoceremo­s con certeza moral que estamos en gracia de Dios si nuestras obras traslucen amor a Dios y a los hermanos (en que se compendian los Diez Mandamient­os que hemos de guardar para conservar la vida de nuestra alma, de nuestro corazón).

Y terminemos con una bella oración, que nos facilitó un amigo, pidiendo la vida del alma, del corazón, para todos los hombres: “Esclarece, Señor, con tu divina luz, a todos los hijos de la Tierra. No permitas que, en sus cuerpos vivos, lleven el alma muerta. Dales tu luz, para que cuando mueran sus cuerpos vivan eternament­e en sus almas. Por Jesucristo Nuestro Señor. AMÉN” (forumliber­tas)

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FOTO CORTESÍA NOTIDIÓCES­IS. La vida verdadera está en la verdad vivida.

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