Poesía y pensamiento: un acercamiento a oriente
En una ocasión un poeta dijo que el haikú era una de las muestras más perfectas de la poesía y del pensamiento oriental. ¿Por qué? Ante la pregunta, José Javier Villareal respondió que el haikú es la forma en que se logra condensar, en la brevedad, la belleza de la vida y la muerte; la relación entre la naturaleza y las personas; lo sublime de lo efímero; la capacidad de observar las cosas, no verlas, sino observarlas como quien aprecia los pliegues de la realidad para desde ellos escribir el poema. Así, desde la contemplación, lograban aprehender el mundo y mostrarlo tal y como es. Así, lograban mostrarlo desde donde no podemos verlo por enfocarnos en otras cosas. Sus palabras resonaron con contundencia: cuando el poeta dice “árbol” no se refiere a la fortaleza, a las raíces, a la familia, a la infancia o lo que queramos pensar, sino al árbol. ¿Que no el árbol basta por sí mismo para ser hermoso? La poesía oriental es una invitación a contemplar y dejarnos llevar por la belleza sublime de la palabra que retrata al mundo.
Ahora toca ver cómo la filosofía se relaciona con estas concepciones del mundo. Podemos decir que la filosofía se ha divido, de forma simple y general, en dos monumentales bloques: la filosofía occidental y la filosofía oriental. El pensamiento occidental tiene sus cimientos en los griegos. Pensamos, por ejemplo, en la trinidad de Platón, Sócrates y Aristóteles; en los presocráticos; en los pitagóricos, entre otros. Pensamos, también, en que la filosofía ha tenido grandes exponentes en Europa: Alemania, Francia o Inglaterra. Y finalmente hablamos de algunos pensadores de América, poquísimos de Latinoamérica. ¿Qué sucede con ese filtro de pensamiento occidental que se contrapone al pensamiento oriental? ¿Por qué un pensamiento centralizado en regiones ajenas a nosotros termina por definirnos? Deberíamos de ir más allá de limitarnos a dividir el mundo en dos grandes bloques, tal como sucedió con la ideología política en la guerra fría, pero esa es otra historia quizá menos interesante pero igualmente bella, como la nieve que cae en los poemas de Parra y los cuentos rusos.
Ahora, volviendo a la separación, con la poesía sucede igual, más o menos. Pero hablemos de la tradición poética oriental y cómo llega a México, de manera general sucede de dos formas: primero con Tablada y su introducción del haikú, que después retomarían Elías Nandino y otros, dando pie a apropiaciones y nuevas formas de experimentación poética; y después con Paz y sus traducciones de Matsuo Bacho, además de un par de haikús propios. Se cuenta que a Tablada le bastaron un par de semanas para aprender a ver a través de los ojos de los orientales, en esa contemplación despojada de todo filtro de pensamiento, es decir, contemplar por contemplar, observar la belleza sabiendo que es efímera, sabiendo que al desaparecer no se debe desperdiciar el tiempo en pensar, sino en observa. Del segundo se cuenta que la academia lo introdujo ahí: la investigación a fondo. Sin embargo, ambos nos dejan grandes tesoros del pensamiento occidental.
Finalmente queda una duda acerca de la validez de nuestro acercamiento a dicha poesía y dicha tradición, vista desde el filtro del lenguaje: ¿realmente leemos esa tradición o lo que llega hasta nosotros en nuestra lengua no es una traducción sino una reinterpretación, una apropiación? El traductor, según dicen los italianos en su famosa sentencia —traduttore, traditore—, es un traidor. Y siendo un traidor al idioma, pero fiel a la palabra y al sentido poético, los traductores nos trazan un sendero para recorrer el mismo camino que los poetas lo hacen. Agradezcamos que gracias a la traición a la lengua y al filtro del pensamiento hegemónico, podemos acercarnos a otra forma de contemplar la vida y apreciar la belleza. Así, cuando leamos haikús, pensemos en eso. Mientras, observemos la naturaleza y aprendamos a maravillarnos de nuevo.