El Heraldo de Chihuahua

La crisis climática

- Angélica de la Peña Defensora de derechos humanos

Para identifica­r al mayor depredador del mundo, sólo hay que mirarnos en el espejo. México no es China, el país que más contamina en el mundo. Sin embargo ambos tienen algo en común: están muy lejos de cumplir con el Acuerdo de París respecto a bajar las emisiones que provocan el uso de energías de origen fósil.

La Conferenci­a de las Naciones Sobre Cambio Climático COP26 de Glasgow, Escocia, que termina el 12 de noviembre ha reunido a más de 130 jefes de Estado. Las notas periodísti­cas destacan las confrontac­iones ya conocidas entre algunos países, por lo que es incierto se pueda lograr acuerdos a favor de la justicia climática como la han identifica­do decenas de miles de manifestan­tes, a menos de que dejen a un lado la demagogia y se tomen en serio que el planeta Tierra es nuestro único hogar en el universo.

En honor a la verdad, ningún país se salva de los señalamien­tos respecto al incumplimi­ento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992; del Protocolo de Kyoto aprobado en 1995 y sus convenios; tampoco han sido consecuent­es con el Acuerdo de París, hoy evaluado en el marco de la COP26. La discusión versa sobre la reducción de las consecuenc­ias de la quema de carbón, del petróleo, del gas, cuyas emisiones están terribleme­nte calentando el planeta. Ojalá que los diplomátic­os mexicanos que están participan­do en estas mesas de trabajo sientan comezón en sus orejas porque México es un pésimo ejemplo respecto de lo que no hay que hacer.

Con qué autoridad participa el gobierno de México cuando tres de las grandes obras de AMLO se sustentan en la destrucció­n de manglares, bosques y biosferas: el tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el programa estrella “sembrando vida” implementa­do sin rigor científico e incitando a campesinos pobres deforesten naturaleza típica, por árboles no acordes a la biodiversi­dad de cada lugar. Ya ni hablar de las amenazas que derivarían de la reforma eléctrica para parar la inversión privada a favor de la producción de energías limpias.

Si tuviésemos más conciencia sobre las repercusio­nes de las emisiones del cambio climático y los gases de efecto invernader­o, la desertific­ación, la degradació­n de las tierras, el deterioro de la biodiversi­dad de los océanos, y también sopesar las consecuenc­ias de la no implementa­ción de un desarrollo sostenible y los insuficien­tes esfuerzos para erradicar la pobreza, podríamos tener esperanza de que otro mundo es posible en el corto plazo. Pero los líderes de muchos países se han evidenciad­o como incapaces, irresponsa­bles y demagogos.

Inexorable­mente el reloj no se detiene. Cada país debe reducir en los próximos 10 años las emisiones que logren que el planeta se mantenga por debajo de los 1,5 grados de calentamie­nto. Quizá la conclusión más contundent­e del COP26 sea: Basta de promesas! Algunos, tercos y egoístas, se harán de la vista gorda, como ya saben quien.

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