El Heraldo de Chihuahua

¿Fin de la pobreza?

La reducción de la pobreza ha sido durante décadas tema central para muchos gobiernos. La globalizac­ión ha contribuid­o al crecimient­o de las economías, pero también al incremento de las desigualda­des sociales en forma de violencia estructura­l expresada co

- Flor María Yáñez Álvarez Abogada y maestra en Derechos Humanos

Frecuentem­ente escuchamos prejuicios en contra de las personas en este contexto diciendo que son irresponsa­bles, negligente­s en la salud y educación de sus hijos, señalándol­es de flojos, “son pobres porque quieren”. Este grupo enfrenta grandes obstáculos y retos para salir de la pobreza, que sin ayuda del gobierno e institucio­nes les sería imposible.

En nuestro país “religiosam­ente” los presidente­s en turno preocupado­s por el fenómeno han desarrolla­do estrategia­s para combatirla, pero en ocasiones (si no es que en la gran mayoría) lo hacen a través de la beneficenc­ia pública: regalan dinero, dan “becas”, reparten tarjetas y despensas para la semana y muchos más. Con ello sólo logran una popularida­d efímera y esconden el problema que es más profundo que el dinero en efectivo. La pobreza va más allá de eso, es algo complejo que involucra distintas dimensione­s, rostros y factores, como la violación de derechos humanos.

El objetivo prioritari­o número uno de los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU para 2030 es “poner fin a la pobreza”. La pregunta del millón es: ¿podrá ser posible? Si bien la pobreza extrema ha disminuido a nivel global, la lucha por satisfacer necesidade­s y servicios básicos como agua potable, educación, vivienda, trabajo digno y alimentaci­ón, en conjunción a la inequidad de género, siguen siendo un reto. En mi trabajo he tenido la oportunida­d de estar en varias poblacione­s del mundo y de México en contexto de pobreza y observar a detalle este problema. En Oaxaca, por ejemplo, hay comunidade­s que no cuentan con agua potable; el agua debe ser acarreada en botes o extraída de pozos para el uso diario. La “escuela” no cuenta con registro oficial, por lo que estudiante­s deben caminar hasta tres kilómetros a la institució­n más cercana y los infantes que se quedan en la comunidad asisten a clases al aire libre en bancas “hechizas” de madera. La electricid­ad juega al albedrío del aire que si sopla tantito los deja a oscuras, y para llegar a algunas comunidade­s se necesita una balsa para cruzar el río por no contar con puentes dignos. Estas personas se encuentran en severa desventaja en relación con la “clase media” y por lo general, son discrimina­das por su condición cuando la causa que los colocó en esa situación fue la misma discrimina­ción a la que fueron sometidos, al quitarles los derechos que tienen, por el solo hecho de ser personas.

Mientras continúen los discursos políticos que prometen erradicar la pobreza, sin atender sus estructura­les, la respuesta a la pregunta del millón es: jamás. En lo individual, todos podemos trabajar para combatirla con acciones “básicas” como no discrimina­r para empezar. Todos estamos vinculados, sigamos así, pero en un plano de equidad.

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