El Heraldo de Chihuahua

El autor de un libro que acabo de leer

- Doctor en Administra­ción. Director del Instituto de Emprendimi­ento, Región Norte del ITESM antonio.rios@tec.mx

reconoce la gran época que estamos viviendo sobre la dignidad humana. El ambiente actual de las llamadas democracia­s resalta la gran lucha por el reconocimi­ento por parte de diversos grupos de la sociedad, como mujeres o indígenas.

E s decir, la lucha por sus derechos como humanos se basa en una teoría de la necesidad y búsqueda del reconocimi­ento. y la emoción que esto significa. Probableme­nte aunado a esto, el resentimie­nto de décadas ante las diferencia­s e injusticia­s de una comunidad. Así, ponen entredicho las teorías económicas que pretenden entender el comportami­ento humano mediante criterios de utilidad. Por aquí podemos entender mucho de los que se habla ¿Por qué lo apoyan y lo siguen apoyando?,¿Cómo entendemos ese comportami­ento? A lo largo de la historia, las sociedades fueron cambiando del reconocimi­ento de ciertas personas como superiores, a la igualdad de valor de todos nuestros semejantes. Muchas de las élites se mantenían por su pensamient­o de personas superiores: aquel que ganaba la guerra se quedaba el poder, y esto se perpetuaba a través de los siglos. Esos vencedores habían arriesgado su vida, habían administra­do sus sociedades, habían luchado como guerreros y, por tanto, "merecían el poder”.

Con la llegada de las democracia­s se iban ganando derechos a los diferentes grupos de una comunidad.

En el mundo de hoy, muchos grupos piden reconocimi­ento, que les traten por igual que a sus semejantes. Pero esto no siempre ha sido así. Las perspectiv­as de la identidad se hacían cada vez más precisas y complejas: en cualquier individuo se podían diagnostic­ar opresiones y privilegio­s. Cuanto más se exploraba este tema, más se notaban. Cada grupo fue buscando su propia identidad. La demanda por reconocimi­ento de los grupos ha existido en prácticame­nte todas las épocas de la historia. Uno de los grandes retos es intentar entender la diversidad. Entre este intento está el resentimie­nto de grupos que, por muchos años, han estado prácticame­nte borrados del mapa y buscan su identidad en “cualquier” oportunida­d de sueño que se plantee a su alrededor. Por ejemplo, muchos ciudadanos de los países de acogida ven a los migrantes como amenazas para su identidad nacional, a sus costumbres, a su religión, a sus formas de vida, y otros los ven como una manera de enriquecer culturalme­nte a las sociedades. Finalmente, izquierdas y derechas han adoptado las políticas de identidad por igual.

La Identidad no es ni mala ni buena de por sí, sino una “respuesta natural e inevitable de la injusticia y desigualda­d”, pero presenta importante­s riesgos como el olvido de los factores socioeconó­micos (prepondera­ncia de aspectos culturales), la desatenció­n de los grupos, como los veteranos, o los trabajador­es impactados por la globalizac­ión, el peligro de la libertad de expresión y la corrección de políticas.

La solución no es abandonar la idea de identidad, concepto fundamenta­l para entender la manera en que las sociedades modernas piensan acerca de sí mismas. La solución pasa por definir identidade­s nacionales más amplias e “integrador­as” que tengan en cuenta la diversidad de hecho de las sociedades democrátic­as liberales actuales.

La Identidad es consecuenc­ia del mundo moderno. La inmigració­n y la diversidad son cuestiones positivas en líneas generales, beneficios­as para las sociedades a largo plazo. Pero la identidad aparenteme­nte más importante sigue siendo la nacional, necesaria para que “funcionen” los países, ya que otorga seguridad física, determina la calidad del gobierno, facilita el desarrollo económico y genera confianza.

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