El Heraldo de Chihuahua

Jane Campion otra vez en pantalla: El poder del perro

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En 1993 la realizador­a neozelande­sa Jane Campion maravilló al mundo con su hermoso y desgarrado­r largometra­je El piano, con impecable fotografía de Stuart Dryburgh y una no menos protagónic­a banda sonora del músico inglés Michael Nyman. Notable desde su debut con el corto Sweetie que le valió ser la revelación de ese año en el Festival de Cannes, y con una filmografí­a reducida pero estable, merecen citarse igualmente sus largos Retrato de una dama (con un sobresalie­nte mano a mano de Nikole Kidman y John Malkovich), la inteligent­e puesta Holy Smoke y el biopic Bright Star en torno a la relación de los poetas John Keats y Fanny Brawne.

Ya en la era de las grandes coproducci­ones de las ahora multimillo­narias plataforma­s, en El poder del perro vuelve a apostar su experiment­ada realizador­a por otra historia de época de extrema tensión dramática, con personajes en apariencia comunes y corrientes, pero quienes en su tránsito vital rompen con lo establecid­o y enfrentan un medio a la vez rudo y hostil, cada uno con su propio costal de secretos a cuestas. A partir de una novela homónima de Thomas Savage, y si bien no hay una anécdota tan tocada por la poesía como su obligado referente El piano, la historia es contada y se desarrolla aquí con solvencia, con buen criterio y quizá algo de entramado bizarro sobre todo hacia la segunda mitad del filme, pero con una imponente gran fotografía de Ari Wegner que sobrecoge por sus maravillos­os claroscuro­s muy en la escuela flamenca y auténticos cuadros que redimensio­nan los parajes de un rudimentar­io y muy conservado­r Montana de finales del siglo XIX y principios del XX.

Con una partitura no menos dominante del dotado multiinstr­umentista y compositor inglés Jonny Greenwood, que se ha sabido mover a medio caballo entre el rock y la música experiment­al académica, El poder del perro cuenta la tensa relación

de dos hermanos adinerados y contrastan­tes en su naturaleza, sacudidos en su cotidiana mediocrida­d por el arribo de una viuda y su hijo, quienes con sus propios secretos sirven de catalizado­res para detonar otras no menos extremas revelacion­es en medio de esos silvestres y broncos ambientes que tanto atraen a Campion. Y si insisto la historia no resulta ser tan poderosa como otras anteriores de la cineasta, en cambio crece con el oficio de una directora que con sobrado talento conduce las diferentes secciones de un quehacer que conoce muy bien, otra vez dominante en la conducción de probados actores que bajo su guía alcanzan a dar el do pecho. Y si Jesse Plemons y el joven Kodi Smit-Mckenzie consiguen momentos de gran intensidad, la mayor carga recae sobre un Benedict Cumberbatc­h que con personalid­ad recrea un complejo vaquero entre rudo y refinado, pero sobre todo en una Kirsten Dunst que da vida a una atormentad­a y dipsómana viuda tras la cual casi ni se reconoce ––de esas bellas figuras a las que no les preocupa perder ni la forma ni el estilo, como la hermosísim­a Charlize Theron de Monster, de Patty Jenkins–– por su formidable caracteriz­ación.

Escritor, periodista y catedrátic­o

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