Comentario al Evangelio: bautismo en el Espíritu Santo
Después de haber celebrado el "bautismo" del mundo en el misterio de la Encarnación, por medio del Espíritu Santo, el cual se ha derramado como un diluvio para comenzar una nueva humanidad en Jesucristo, ahora el Evangelio nos propone cómo poder participar de esta vida nueva: ser bautizados en el fuego del Espíritu.
El Espíritu Santo se ha comunicado al mundo, para formar a Jesucristo en el vientre de María Santísima y en el corazón de los hombres, y Jesús nos revela el amor del Padre: "A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad para ser hijos de Dios" (Jn 1,12). En el bautismo se recibe el don de la fe, que se debe cultivar para que dé frutos. El problema no es que se reciba en una edad inconsciente, sino que no se le cultiva. Cada vez más el bautismo va quedando fuera de un ambiente cristiano y se vuelve un gesto antropológico, cultural, social o meramente religioso, un bautismo de agua.
No obstante, continúa siendo una gran oportunidad para evangelizar a los bautizados. Siendo el bautismo la puerta de entrada a la vida de fe y de familia cristiana resulta un momento propicio para promover una experiencia profunda de Dios. Pareciera que hemos identificado el bautismo sólo con el rito restándole importancia a la experiencia de fe. Al principio de la Iglesia, el bautismo se administraba después de un camino de estudio de la Palabra de Dios, de celebración de la fe y de conversión. De algún modo estos procesos se deben restablecer sin poner en cuestión el bautismo de niños. Generando en torno a él y los demás sacramentos procesos evangelizadores se puede reavivar la fe".
El bautismo es la respuesta a la necesidad que tiene el hombre de paternidad, de tener un fundamento. Buscar el bautismo es reconocer que no nos bastamos a nosotros mismos, necesitamos de salvación. En esto consiste la fe, en reconocer que nuestra vida necesita la misericordia de Dios.
Detrás del bautismo está el anuncio del amor incondicional de Dios, como resuena en el Jordán: "Tú eres mi Hijo muy amado, en ti me complazco" (Lc 3,22). El bautismo de agua nos hace esclavos, el del Espíritu nos asegura en la paternidad de Dios. (CEDIC)