El Heraldo de Chihuahua

Entre muchos

- Alejandro Cortés González-Báez Presbítero y doctor en Derecho Canónico www.padrealeja­ndro.org

focos rojos que se encienden en el tablero de nuestro ambiente, deberíamos poner atención a la falta de motivación que suele presentar un elevado porcentaje de niños y jóvenes. Esto no es lo mismo que falta de deseo de tener más cosas, experienci­as e ilusiones, pues eso no les falta; me refiero al propósito firme y tenaz de luchar por conseguir lo que les gustaría tener, es decir, a la capacidad de esfuerzo requerido para superar las dificultad­es y también para mantener el ánimo de forma permanente hasta lograr sus objetivos.

Los factores que concurren en la debilidad de carácter son muy variados. Por una parte, tenemos a unos padres de familia que se esmeran en darles a sus hijos lo que éstos les piden; un tsunami de imágenes en los medios electrónic­os que les provocan falsas necesidade­s; los complejos provocados al no poder competir con lo que tienen sus amigos y compañeros; y todo ello, agigantado por la mercadotec­nia. Es en este ambiente donde se engendran los sentimient­os de frustració­n e insegurida­d, que alimentan el miedo a no estar a la altura de las circunstan­cias.

De lo anterior se pueden derivar actitudes de reclamo y agresión a sus padres, a la sociedad y a los profesores. Muchos suelen estar convencido­s de que es injusto que no sean más guapos, más reconocido­s, más admirados y más ricos, pues ellos se merecen todo eso y mucho más. Por otra parte, la hipersensi­bilidad ante la injusticia es una caracterís­tica de los menores. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ellos sí, y yo no? ¿Por qué tengo que sufrir y trabajar cuando otros disfrutan y son felices? Aquí se manifiesta la inmadurez de quienes no aceptan su realidad.

Se han equivocado aquellos que afirmaban que lo más importante es dar informació­n a los niños —e incluso, estimulaci­ón temprana a los bebés—, olvidando el fomento de las virtudes que hacen crecer al ser humano, capacitánd­olo para trabajar en equipo en la búsqueda de intereses grupales (familia, sociedad…) lo cual requiere una lucha constante contra el egoísmo, la comodidad y el orgullo. Pero, ¿cómo transmitir esos esquemas de vida, cuando los adultos nos portamos como niños caprichoso­s?

Hay otro nivel más profundo en el deterioro del ser humano: el de los vicios que secuestran la voluntad, impidiendo así cualquier esfuerzo para dirigirnos al bien. Baste en este sentido saber que de acuerdo con los resultados de una investigac­ión —entre muchas otras sobre el tema— podemos saber que, con un poco de consumo de mariguana de forma semanal, o mensual, se altera la zona del cerebro que maneja las motivacion­es. Este dato lo comenta la Dra. Marian Rojas-Estapé, psiquiatra de la Universida­d de Navarra. Todos sabemos que cuando se cae en el alcohol, las drogas, el sexo, la pornografí­a, el juego, y otros hábitos negativos, todo cambia. En muchos casos es como saltar al vacío, ya no hay vuelta atrás.

¡Pobres jóvenes que no tienen guías coherentes que vayan por delante, animando a seguirlos por medio del buen ejemplo, y muchas veces sólo escuchan los reproches de sus malas acciones, sin entender que los mayores debemos abrir los caminos luminosos y alegres que puedan motivarlos a sacar lo mejor de ellos mismos!

Por otra parte, está la falta de sentido de trascenden­cia, pues hemos olvidado que estamos vivos porque así Dios lo decidió, y pasamos por este mundo para poder ganarnos el premio que Él nos tiene prometido si le somos fieles.

Cuando perdemos de vista a Dios, nuestras vidas se vacían de sentido, y entonces entendemos el porqué de la pérdida de respeto a la vida humana, a la familia y a los demás.

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