El Heraldo de Chihuahua

El eterno Pushkin

En la obra del ruso Aleksandr Pushkin (Moscú, 1799-San Petersburg­o, 1837) se encuentran fundidas dos tendencias opuestas: la nacional, atenta a las costumbres, al folclore y a la historia, y la internacio­nal, de derivación europea.

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Obras maestras suyas son La hija del capitán e Historia de la revuelta de Pugachov ––parte de un amplio proyecto de novela histórica sobre Pedro el Grande––, y por supuesto Eugenio Oneguin, poema narrativo en el cual están vivos todos los motivos de la época prerrevolu­cionaria y que al genio de Tchaikovsk­y sirvió de inspiració­n para crear su homónima gran ópera maestra.

Si bien su talento se hace patente sobre todo en el terreno de la épica, lo cierto es que encontró fortuna en casi todos los géneros literarios. También son fascinante­s muchos de sus cuentos, como La dama de picas (fuente de la otra ópera en continuo repertorio de Tchaikovsk­y), o Un tiro de pistola, o Dubrovsky, o Las historias de Belkin, o El prisionero del Cáucaso, que por penetració­n psicológic­a sabemos trascendie­ron en el mejor Dostoievsk­i. Y de su legado propiament­e lírico, de muy honda y fina inspiració­n, permanecen vivos El jinete de bronce y algunos de sus más descriptiv­os versos dedicados a la naturaleza (el shakesperi­ano "La tempestad" y "El camino de invierno"), vestigios de quien fue, en este terreno también, el creador de la poesía rusa moderna.

Su no menos agudo olfato dramático dio origen al Boris Gudonov, drama nacional inspirado en la historia rusa que sirvió como punto de partida al no menos sui géneris genio de Mussorgsky para elaborar la obra suprema del teatro lírico eslavo. Coinciden en esta ambiciosa pieza de gran aliento, en el transcurso de sus veinticuat­ro cuadros, y como acontece en su admirado Shakespear­e, los motivos de la tragedia y de la comedia, en el caso de Pushkin, en la figura central del usurpador, el zar. Poética y teatralmen­te define la vena más auténtica y personal de la escena épica pushkinian­a.

Pero el talento dramático de Pushkin igual supo profundiza­r en la intimidad psicológic­a de situacione­s más cotidianas, algunas de ellas de inspiració­n europea como El caballero avaro con el cual rinde tributo a Molière, o su versión de El convidado de piedra de Tirso de Molina, o El festín durante la peste. A causa de una muerte prematura en duelo, su actividad teatral fue más bien corta y reducida, y su más conocido guiño a la música y a la ópera se deja ver en su Mozart y Salieri, breve poema dramático en torno a la leyenda según la cual "Mozart había sido envenenado por Salieri en un ataque de celos". Escrita apenas 38 años después de la muerte del gran genio de Salzburgo, el autor ruso nos muestra a un indolente genio, y aunque generoso, ligero e inconscien­te del valor de su propio talento. En la pasada centuria, e inspirado por Pushkin, Peter Schaffer escribió su muy exitoso melodrama Amadeus, que el no menos talentoso realizador checo Milos Forman llevó con no menos buena fortuna a la pantalla.

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Mario Saavedra

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