El Heraldo de Chihuahua

Hace tiempo

- Presbítero y doctor en Derecho Canónico www.padrealeja­ndro.org

me llamó poderosame­nte la atención el comentario que me hiciera una pequeñita de ocho años de edad, diciendo: “He pasado tiempos muy difíciles”. Claro está que una niña de esa edad sí puede haber sufrido mucho, y tristement­e no son pocos los casos de infantes que no conocen las alegrías y la felicidad que brinda una familia armonizada en el amor; sino todo lo contrario.

Por algo será que una oración muy popular se refiere a nuestra vida cuando dice: “sufriendo y llorando en este valle de lágrimas”. Los dolores físicos y el morales hacen acto de presencia en la vida de todos y, aunque en grados distintos, es fundamenta­l aprender a manejarlos para que no nos esclavicen.

Resulta curioso que las únicas realidades de las que estamos seguros nos dan miedo. Sabemos que moriremos, y que cada día nos hacemos más viejos con todas sus consecuenc­ias: limitacion­es y achaques, pero no nos gusta pensar en ello. Preferimos esconder la cabeza, cerrar los ojos ante lo que pueda lastimarno­s. Sobre todo en una época como la nuestra, donde la publicidad nos invita a vivir buscando el confort, la salud y la belleza. Hoy, como nunca antes, tener un abdomen bien marcado se ha convertido en la meta de muchos. ¡Qué curioso! No faltan quienes envidian el cuerpo de aquellos albañiles fuertes y ágiles, pero no a base de trabajar, sino de ejercitars­e en un GYM siempre ante un gran espejo.

Octavio Paz escribió:

Soy hombre: duro poco.

Y es enorme la noche.

Pero miro hacia arriba:

Las estrellas me escriben.

Sin entender comprendo: También soy escritura.

Y en este mismo instante Alguien me deletrea.

¿Quién será ese “Alguien” del que nos habla el polifacéti­co poeta? ¿Será la autoperfec­ción de la materia ciega? Me resulta altamente anticientí­fica tal afirmación. Simplement­e no me convence. Tiene que haber una mente maravillos­a que haya

Todos tenemos la experienci­a de lo desgastant­e que es la incertidum­bre, por ello ante todo lo que no conozco, y me asusta, puedo encontrar la calma que me da saberme amado por un Dios

puesto orden en lo que me rodea y en mí mismo, y esta idea es una luz que me permite saber que no estamos solos en este mundo. Y que mi vida, a pesar de los pesares, se proyecta a una dimensión sobrenatur­al en la que me espera Aquel que me creó. Y es entonces cuando puedo descubrir un porqué del inevitable dolor pues, siendo limitado, mi afán de felicidad supera todo lo temporal y me proyecta al infinito.

Todos tenemos la experienci­a de lo desgastant­e que es la incertidum­bre, por ello ante todo lo que no conozco, y me asusta, puedo encontrar la calma que me da saberme amado por un Dios, que al mismo tiempo es mi padre. Alguien dijo que nunca el hombre es tan grande como cuando está de rodillas ante Él.

Confesar la fe en Dios resulta incómodo en muchos ambientes, pero sólo quien se atreve a hacerlo podrá experiment­ar esa paz que dan la coherencia y la lealtad.

“Fe. Da pena ver de qué abundante manera la tienen en su boca muchos cristianos, y con qué poca abundancia la ponen en sus obras. No parece sino que es virtud para predicarla, y no para practicarl­a”. (San Josemaría Escrivá. Camino 579).

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