La batalla equivocada
Comparto con muchas mujeres y hombres el orgullo de ser priista,, no me avergüenzan las atrocidades de otros porque muchos, la gran mayoría, no fuimos partícipes de ellas; aún así, tengo plena conciencia de que permanecer en un instituto a través de cuyas siglas se ha fracturado la confianza de la gente en múltiples ocasiones nos obliga a la humildad de pedir disculpas, no con frases trilladas, sino con acciones decididas, justas y trascendentales.
El PRI de hoy debe entenderse como un espacio de oportunidad que no florecerá si no es mediante la unidad, la democracia y una marcada distancia para con los vicios del pasado.
Estamos hoy frente a la posibilidad de renovarnos y conectarnos con la verdadera función de cualquier partido político, que no es necesariamente el acceso al poder público de forma preponderante, sino la representación de las causas ciudadanas como partido en primera instancia. Justamente ese fue el camino que nos llevó a la gloria y él mismo que abandonamos cuando tocamos la derrota.
La renovación de la dirigencia estatal es el punto preciso para demostrar si estamos determinados a recuperar el rumbo y el control propio, o nos mostramos resignados a la sombra y la desgracia. Debemos asumir este punto como uno de diálogo, reestructuración, unidad y absoluta madurez.
Hasta el momento, hemos visto un fuego cruzado entre unos y otros, y lo diré
pese a posibles molestias: quienes tienen envuelto al partido en un fuego asfixiante son los menos importantes, porque sí, sí hay priistas más importantes que otros y definitivamente los más importantes no son necesariamente los que se mantienen en la cúpula, sino los que luchan en las calles por la dignidad, la posición y la vigencia de nuestro instituto: los militantes.
De insistir en ignorar lo que nos es obligatorio atender, para enfocarnos en lo que a la ciudadanía para nada le importa, no podremos aspirar a más que atestiguar nuestra extensión definitiva.
La batalla correcta es por las causas de los chihuahuenses, no por las raquíticas posiciones de poder que nos han dejado; es por la unidad que nos dio victorias y no por las confrontaciones carroñeras que nos perdieron.
Sí podemos reconstruir nuestra grandeza, siempre que tomemos la lucha correcta y abandonemos la batalla equivocada. La pelea que importa no es contra nosotros mismos.